Santa Catalina Labouré tuvo el honor de que la Virgen se le apareció para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa de Nuestra Señora
Santa Catalina Labouré, Religiosa Mística.
Santa Catalina Labouré fue una religiosa quien desde muy pequeña ingresó en la comunidad de las Hijas de la Caridad, en París, Francia. En 1830, cuando siendo apenas una novicia de 24 años, la Santísima Virgen María se le apareció indicándole crear la Medalla Milagrosa. Santa Catalina vivió en el silencio y la humildad.
Fiesta: 28 de noviembre.
Santa Catalina Labouré fue la santa que tuvo el honor de que la Santísima Virgen María se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.
Biografía de Santa Catalina Labouré.
Santa Catalina Labouré nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña (Francia) de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 9 años le encomendó a la Santísima Virgen María que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición. "A Ti he elegido por mi Madre", dijo Catalina a María.
Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.
A los 14 años, Santa Catalina Labouré pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento, pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió.
Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: "Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos". La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.
Vocación de Santa Catalina Labouré.
Al fin, a los 24 años, Santa Catalina Labouré logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dio cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos.
Desde ese día, Santa Catalina Labouré se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió en que al fin fue aceptada en la comunidad.
Santa Catalina Labouré entró a la vida religiosa con las Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de postularse, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.
Fue destinada al hospicio de Enghien, en la calle de Reuilly de París. Durante cuarenta y cinco años se dedicó a oficios humildes: de la cocina a la ropería, al cuidado del gallinero, lo que le recuerda sus pichones de la granja de la infancia: a la asistencia a los ancianos de la enfermería, al cargo, ya para hermanas inútiles y sin fuerzas, de la portería.
Santa Catalina y las apariciones de la Virgen de la medalla milagrosa.
El 27 de noviembre de 1830, estando Santa Catalina rezando en la capilla del convento, la Virgen María se le apareció totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra.
Ella le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora, así como se le había aparecido, y que mandara hacer una medalla que tuviera, por un lado, las iniciales de la Virgen María "M", y una cruz, con esta frase:
"Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti".
Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.
La Medalla Milagrosa.
Cuando la primera medalla fue acuñada el 20 de junio de 1832, Santa Catalina Labouré instó a la devoción a la misma, y, debido al poder que ejercía, fue llamada la "Medalla Milagrosa".
El anverso de la Medalla representa a María de pie en la tierra, con su pie aplastando la cabeza de una serpiente, y sus manos extendidas a todos los que le piden ayuda. La oración que la rodea contiene uno de sus más preciados títulos: "Oh María, concebida sin pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti." Los rayos de luz de sus manos simbolizan las gracias que ella está por conceder a aquellos que portan la Medalla y le rezan con mucha fe.
En el año 1865 muere el padre Aladel, su confesor y quien conoce todo de las apariciones y cualquiera puede pensar en la gran pena de la Santa. Sin embargo, durante las exequias alguien pudo observar el rostro radiante de Santa Catalina Labouré, que presentía el premio que la Virgen otorgaba a su fiel servidor. Otro sacerdote le sustituye en su cometido de confesor: la religiosa le informa sobre las apariciones, pero no consigue ser comprendida.
Santa Catalina Labouré habla de tales hechos extraordinarios exclusivamente con su confesor: ni siquiera en los apuntes íntimos de la semana de ejercicios hay referencias a sus visiones.
Ella vive en el silencio, y hasta tal punto es dueña de sí, que en los cuarenta y seis años de religiosa jamás hizo traición a su secreto, aun después que las novicias de 1830 iban desapareciendo, y se sabe que la testigo de las apariciones aún vive.
La someten a preguntas imprevistas para cogerla de sorpresa, y todo en vano. Santa Catalina sigue impasible, desempeñando los vulgares oficios de comunidad con el aire más natural del mundo.
La virtud del silencio consiste no tanto en sustraerse a la atención de los demás, cuanto en insistir ante su confesor con paciencia y sin desmayos, sin que estalle su dolor ante las dilaciones. Ha muerto el padre Aladel y el altar de la capilla sigue sin levantarse, y la religiosa teme que la muerte la impida cumplir toda la misión que se le confiara.
El confesor que sustituyó al padre Aladel es sustituido por otro. Estamos a principios de junio de 1876, año en que "sabe" la Santa que habrá de morir.
Tiene delante pocos meses de vida. Ora con insistencia, y, después de haber pedido consejo a la Virgen, confía su secreto a la superiora de Enghien, la cual con voluntad y decisión consigue que se erija en el altar la estatua que perpetúe el recuerdo de las apariciones.
Muerte de Santa Catalina Labouré.
La misión ha sido cumplida del todo. Y Santa Catalina Labouré muere ya rápidamente, a los setenta años, el 31 de diciembre de 1876.
En noviembre de aquel año tuvo el consuelo de hacer los últimos ejercicios en la capilla de la rue de Bac, donde había sentido las confidencias de la Virgen. La muerte de Santa Catalina Labouré fue dulce, después de recibir los santos sacramentos, mientras le rezaban las letanías de la Inmaculada.
Cuando cincuenta y seis años más tarde, el cardenal Verdier abría su sepultura para hacer la recognición oficial de sus reliquias, se halló su cuerpo incorrupto, intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen.
Hoy, las reliquias de Santa Catalina Labouré reposan en la propia capilla de la rue du Bac, en el altar de la que se levantó el monumento a la Virgen del Globo. El papa Pío XI la beatificó el 28 de mayo de 1933 y Pío XII el 27 de julio de 1947 la canonizó. Su fiesta se celebra el 27 de noviembre.
Oración a Santa Catalina Labouré.
Humilde sierva de Dios, Santa Catalina Labouré, tú fuiste la confidente elegida por la Santísima Virgen María. Ella te reveló su deseo de que sus hijos llevaran la Medalla Milagrosa en señal de su amor por ella y en honor de su Inmaculada Concepción. Intercede por nosotros, para que podamos seguir los deseos de nuestra madre celestial. Ruega por nosotros para que recibamos esas gracias especiales que fluyen de sus manos maternales como rayos de luz. Amén.
Oración de Intercesión a Santa Catalina.
Oh, Santa Catalina Labouré, que por tu filial confianza en la Santísima Virgen mereciste el privilegio de contemplarla y conversar con Ella mientras estabas en la tierra, obtén para nosotros una fe como la tuya en su amor maternal. Concédenos que podamos entender y apreciar el valor del silencio y de la humildad, y obtener para nosotros la gracia de mostrar estas virtudes en nuestras vidas. Enséñanos a cumplir fielmente los deberes de nuestro estado para que podamos merecer la felicidad de contemplar contigo a la Virgen Inmaculada durante toda la eternidad. Amén.
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