San Román de Condat fue ermitaño y después Abad de numerosos monjes, es fundador de los monasterios de monte-jura y vivió fuertes luchas contra el demonio
San Román de Condat: Abad, Monje y fundador.
San Román, conocido también como San Román de Condat, fue un santo del siglo quinto, quien a la edad de treinta y cinco años decidió vivir como un ermitaño en el área de Condat. Su hermano menor, Lupicinus, lo siguió hasta allí. Se convirtieron en líderes de una comunidad de monjes a la que incluyó a San Eugenio. Llegó a convertirse es un gran místico y tuvo fuertes luchas contra las tentaciones y contra el demonio mismo.
Fiesta: 28 de febrero.
Martirologio Romano: En el monte Jura, en la región lugdunense de la Galia, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los antiguos monjes, primero abrazó la vida eremítica y después fue padre de numerosos monjes (460).
Biografía de San Román Abad.
San Román nació en el condado de Borgoña, hacia el año de 390: sus padres lo criaron en el santo temor de Dios. Por la rectitud de su corazón y por la pureza de sus costumbres fue desde entonces respetado como santo.
Como San Román estaba poco instruido en la vida monástica, determinó ir en busca de un santo abad de Lyon, llamado Sabino, para así aprender todo sobre la fe.
Los grandes ejemplos que observó en esta comunidad, le avivaron los deseos de imitarlos. Se retiró de allí con muchos aumentos de fervor. Se fue a esconder entre las malezas del monte Jura, que separa el Franco-Condado para practicar todas las virtudes aprendidas.
Un desierto lleno de enseñanzas.
San Román permaneció en aquel sitio, pasando en él algunos años en una perfecta soledad. Empleaba una gran parte del día y la noche en meditar las grandes verdades de la religión, en cantar salmos y en considerarlas misericordias del Señor.
Lo restante del tiempo lo ocupaba, ya en cultivar un corto espacio de tierra, ya en leer las vidas de los Padres y las instrucciones de los abades, pudiéndose decir que apenas interrumpía sus ejercicios, el breve sueño y reposo que tomaba.
Luego de mucho tiempo de vivir en la soledad, una noche, se apareció en sueños a su hermano segundo, llamado Lupicino, convidándole a que le fuese a buscar para participar de los gozos del desierto. Su hermano Lupicino despertó, y, movido de la visión, dejó a su madre y a su hermana, y fue al instante a hacerse discípulo de su santo hermano.
San Román y su lucha contra el demonio.
Eran tan grandes los progresos espirituales que hacían estos dos grandes santos, que pronto lo iba a notar la presencia del enemigo.
Cuenta Gregorio Turonense, que una vez, el demonio intentó desviarlos del desierto con todo género de tentaciones posibles; entre otras, siempre que se ponían en oración, caía sobre ellos una especie de lluvia de piedras.
Y le salió bien al demonio esta vez; porque, como los dos nuevos solitarios tenían poca experiencia en el combate contra el mal, decidieron dejar ese tranquilo sitio para ir a buscar otro lleno de la misma quietud.
Cuando iban de camino, se hospedaron en casa de una buena mujer, y esta, al escuchar el porqué estos dos hombres venían de peregrinaje, los reprendió santamente y les habló con tanto celo de Dios y sobre las tentaciones, que los hermanos quedaron avergonzados de su cobardía, y regresaron entonces a aquel sitio que ya les robaba la paz.
Sus primeros discípulos.
En poco tiempo, se le unieron muchos discípulos a San Román. Los primeros que descubrieron el lugar donde estaban escondidos nuestros Santos, fueron dos jóvenes eclesiásticos de Noyón, a los que siguieron tantos otros, que era ya necesidad de fundar un monasterio, siendo este el principio de la célebre abadía de Condat, llamada después de San Oyend, quien fue discípulo de San Román.
Concurrió tanta multitud de gente a este monasterio que al poco tiempo fue necesario construir otro en un lugar inmediato llamado Laucone.
Cada uno de estos Santos gobernaba separadamente su monasterio; pero la regla y el espíritu era uno mismo. La piedad, el continuo silencio y las demás virtudes que practicaban, era asunto de la admiración y de los elogios de toda Francia.
Algunos religiosos, poco conversos, comenzaron a quejarse y a solicitar que debiera aumentarse la ración de providencia para todos ellos. Comenzaron las murmuraciones, y el monasterio de Condat poco a poco fue perdiendo la paz
Lupicino, temiendo que su hermano no fuese capaz de imponer el orden, le propuso que por algún tiempo intercambiaran de gobiernos, para encargarse de esos focos de disturbios.
Lupicino comenzó por crear todo tipo de penitencias a los monjes, y en una noche, aquellos que eran poco devotos, se escaparon del monasterio, y con su fuga regresó la paz a la casa; pero San Román se afligió tanto que con sus lágrimas, con sus oraciones y con sus gemidos movió la compasión de Dios, y consiguió el arrepentimiento y la conversión de los fugitivos, y luego de un tiempo, todos regresaron al monasterio, llenos de un vivo dolor, y repararon después con penitencias el escándalo que habían dado con su apostasía.
Ordenación Sacerdotal.
Por aquellos tiempos, San Hilario, estuvo por esas tierras cercanas a estos dos Santos y llegaron a sus oídos tantos testimonios de las virtudes de Román, que le hizo llamar.
En las conversaciones que tuvo con él, se dio cuenta de la santidad que poseía, y sin perder tiempo, le confirió los órdenes sagrados. Una vez hecho Sacerdote lo regresó a su monasterio de Condat.
La nueva dignidad solo sirvió para hacerle más humilde y para que sobresaliese más la religiosa sencillez de su conducta, sin que jamás se conociese que era sacerdote, sino cuando se le veía en el altar.
Con el tiempo San Román edificó otros monasterios, entre ellos uno para damas, el monasterio de Beaume, donde, cuando el Santo murió, se contaban ciento y cinco religiosas, gobernadas por una hermana del mismo Santo, que fue la primera abadesa.
Un milagro a una familia.
Una vez que San Román y su compañero Paladio fueron a visitar el sepulcro de San Mauricio, les agarró la noche en el camino y se refugiaron a una cueva, donde estaban dos leprosos, padre e hijo.
Cuando San Román los vio se abalanzó a abrazarlos y a besarlos, sin tener horror ni asco de su lepra. Pasaron en oración la mayor parte de la noche. Al despertar, siguieron su camino.
Los leprosos despertaron después, y descubrieron que estaban sanos, y salieron corriendo de alegría a contar a todos el milagro que acababa de obrar en ellos.
Con esto, el obispo y el pueblo le salieron a recibir al camino y le condujeron a Génova como en triunfo.
Estas honras fueron como puñales al espíritu humilde de San Román, y regresó de inmediato a encerrarse en su monasterio, donde pocos meses después, extenuado y casi consumido por sus grandes y continuas penitencias, lleno de merecimientos, muere el 28 de febrero del año 460, casi a los sesenta años de su edad.
Parece que la célebre abadía de Condat no tomó el nombre de San Román, por no haber quedado en ella su santo cuerpo, y que por la contraria razón se llamó la abadía de San Oyend, su tercer abad, hasta el siglo decimotercero, por venerarse en ella las reliquias de este Santo, cuyo nombre perdió también finalmente, y se llamó de San Claudio, por los grandes milagros que comenzó Dios a obrar en el sepulcro de este santo obispo.
Oración a San Román.
Oh San Román de Condat, modelo de humildad y fortaleza espiritual, te invocamos en busca de tu intercesión ante Dios. Tú, que enfrentaste las luchas contra el demonio con valentía y fe, guíanos en nuestros propios combates espirituales. Alcánzanos la gracia de perseverar en la lucha contra el mal, manteniendo nuestra fe inquebrantable en Dios. Inspíranos a seguir tu ejemplo de dedicación y entrega total a la voluntad divina, incluso en medio de las adversidades.
Oh glorioso San Román, tú que fundaste comunidades monásticas y guiaste a muchos en el camino de la santidad, ruega por nosotros para que también podamos encontrar la fuerza y la sabiduría para edificar el Reino de Dios en la tierra. Amén.
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