San Onofre de Egipto, místico que vivió en el desierto, donde su Ángel de la Guarda, a través de un cuervo, le llevaba la ración de comida y la Eucaristía
San Onofre: Ermitaño alimentado por su Ángel de la Guarda.
San Onofre fue un ermitaño persa que se retiró como anacoreta en el desierto, donde su Ángel de la Guarda, a través de un cuervo, le llevaba milagrosamente su ración diaria de comida y la Eucaristía dominical. San Onofre renunció a su riqueza terrenal en favor de la oración y la meditación. San Onofre es venerado y honrado tanto en la Iglesia Católica como en las Iglesias Católicas Orientales; Coptas. Vivió como ermitaño en el desierto del Alto Egipto en los siglos IV o V. Muy a menudo, San Onofre es invocado para que nunca haya escasez de alimentos.
Fiesta: 12 de junio.
Martirologio romano: En Egipto, san Onofre, anacoreta, que en el amplio desierto llevó vida religiosa por espacio de sesenta años (400).
Biografía de San Onofre.
La vida de San Onofre es narrada en una memoria de San Pafnucio, el Asceta (discípulo de San Antonio y obispo de una ciudad en Tebaida) Se cree que ambos hombres nacieron en el siglo III.
En sus memorias, San Pafnucio entra en el desierto egipcio pensando que podría desear vivir la vida de un ermitaño.
Después de un tiempo de oración y meditación el desierto, San Pafnucio se queda sin comida y agua y solo continúa su camino por la gracia de Dios hasta que fue sorprendido por una figura a la que él creía que era una bestia salvaje. San Pafnucio narra este encuentro de este modo:
"Entonces de repente vi a un hombre que venía hacia mí y que parecía una bestia salvaje. Tenía un aspecto aterrador, peludo sobre todo su cuerpo, con una falda hecha de hojas. Cuando se acercó a mí, me asaltó el terror y temí que pudiera matarme. Corrí hasta lo alto de una colina, pero él se acercó hasta donde yo estaba, se agachó, miró hacia mí y dijo: "Baja y ven donde mí, hombre santo, porque yo soy un hombre que vive como tú en esta soledad desolada por el amor de Dios". Aquel hombre continúa explicando que ha vivido como ermitaño durante sesenta años en este desierto. Anteriormente, había estado en un monasterio en la Tebaida con 100 hermanos santos, pero teniendo en cuenta el ejemplo de los profetas Elías y Juan el Bautista, decidió tomar la vida de un ermitaño. Su ángel de la guarda, a través de un cuervo, le llevaba comida a la cueva donde moraba, un poco de pan y agua cada tarde, y la Eucaristía los sábados y domingos".
San Pafnucio se quedó con San Onofre poco tiempo hasta la muerte de este último, a la que asisten el canto de los ángeles. A San Onofre se le invoca para que nunca haya escasez de alimento en los hogares cristianos. Querido San Onofre, ruega por nosotros y por todos los hogares donde hace falta el Pan de cada día.
San Onofre fue uno de los Padres del desierto que causó una gran impresión en la espiritualidad oriental de los siglos III y IV, en la época en que el cristianismo se convertía en la fe dominante del Imperio Romano. En esa época, muchos cristianos se sintieron inspirados a ir al desierto y vivir en oración en un entorno duro de calor y frío extremos, con poco que comer y beber, rodeados de todo tipo de animales peligrosos y ladrones.
En el momento de su muerte, después de vivir una vida alejada de los lujos y los placeres pecaminosos, San Onofre se convirtió en un santo de devoción para las personas sin hogar o sin dinero. Si esta es tu situación, no olvides hacer una ofrenda en tu próxima misa pidiendo la intercesión de este poderoso santo de la Iglesia. San Onofre, ruega por nosotros.
Oración a San Onofre.
San Onofre, tú que ahora disfrutas de las delicias del cielo y compartes la gloria de todos. Enséñame, con tu ejemplo, a superar cualquier adversidad. Lléname de valor y de coraje para cumplir mi misión, aun en las situaciones más difíciles. Consígueme la gracia y la fuerza de Dios para conservar mi cuerpo y mi alma tan sanos como hasta ahora. Protégeme de todos los males que quieran aprovecharse de mi cuerpo, de las enfermedades que abundan en las calles. Haz de mi cuerpo una armadura impenetrable para cualquier daño. Lléname de un ardiente deseo de amar a Dios por sobre todas las cosas e invocarle en todos los desiertos de mi vida. Mantenme a salvo de cualquier daño en todo momento. Crea un manto protector sobre él para que sea invisible para cualquiera con malas intenciones. Te ruego, oh San Onofre, que me concedas todo esto en el Nombre de Cristo, nuestro Señor. Amén.
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