Santas Perpetua y Felicidad fueron dos mujeres encarceladas durante las persecuciones cristianas. Entregaron sus vidas al ser devoradas por fieras
Santas Perpetua, Felicidad y Compañeros Mártires Cristianos.
Santas Perpetua y Felicidad fueron unas mártires cristianas del siglo III que mantuvieron su fe en medio de la persecución. Fueron dos mártires cartaginesas, cuyo martirio se relata en la Passio Perpetuae et Felicitatis. Santa Perpetua era una mujer noble, casada y madre de un bebé al que estaba amamantando. Santa Felicidad era una esclava encarcelada junto a Santa Perpetua que estaba embarazada en ese momento. Santas Perpetua y Felicidad fueron asesinadas junto con otros compañeros en Cartago, en la provincia romana de África.
Fiesta: 7 de marzo.
Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes, no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo.
Biografía de Santas Perpetua y Felicidad.
Santa Perpetua fue una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población.
Mientras Santa Perpetua estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo. Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.
Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente:
El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses, tenían que morir.
Santa Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Santa Perpetua en su diario:
"Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión".
Afortunadamente, al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol, y no quedaban tan apretujados e incómodos.
Y permitieron que le llevaran al niño a Santa Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, y a aquello no me parecía una cárcel, sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor".
Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.
Visión de Santa Perpetua.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Santa Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Santa Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba.
Santa Perpetua narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el diácono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.
Luego llamaron a Santa Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica.
Pero Santa Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito.
Ella se conmovía intensamente, pero terminó diciéndole: "¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él. Pues bien: "A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo, que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre".
Y añade el diario escrito por Santa Perpetua: "Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo".
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo, y allí, delante de la muchedumbre, serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las Santas Perpetua y Felicidad fueran echadas, amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara.
Pero había un inconveniente: que Santa Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Santa Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio.
Un carcelero se burlaba diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuándo le lleguen los dolores del martirio, qué hará?" Santa Felicidad le respondió: "Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza".
Martirio de las Santas Perpetua y felicidad.
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística.
Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros, se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban muy animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo. A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.
Antes de llevarlos a la plaza, los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Santa Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.
El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño".
Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y, en cambio, sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y este de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
Santa Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos, de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana.
La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Santa Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: "¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?".
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, Santa Perpetua y Felicidad se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza.
A Santa Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Santa Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.
Estas dos mujeres, Santas Perpetua y Felicidad, una rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros?
Santas Perpetua y Felicidad sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y renunciamos por Él.
El legado de las Santas Perpetua y Felicidad.
Estas dos valientes mujeres, Santas Perpetua y Felicidad, vivieron en Cartago, África, durante una época de persecución de los cristianos. Ambas mujeres eran catecúmenas que se preparaban para su iniciación en la comunidad cristiana. Fueron arrestadas y condenadas a muerte. Mientras estaban en prisión, fueron bautizadas y recibieron una nueva vida en Cristo. Santa Perpetua escribió un diario mientras estaba en prisión que nos habla de su vida y de su muerte.
Estas valientes mujeres fueron ejecutadas en el año 203, mutiladas por animales salvajes y luego asesinadas por un gladiador. Su fe fue tan ejemplar que uno de sus guardias se hizo cristiano gracias a ellas.
La Iglesia honra a las Santas Perpetua y Felicidad como santas por su sacrificio de amor y testimonio en sus duros momentos finales. Su ejemplo nos recuerda que debemos dar gracias a Dios por habernos hecho hijos suyos en el sacramento del Bautismo. Pedimos la gracia y la fe para vivir nuestra fe cada día. Santas Perpetua y Felicidad, rueguen por nosotros para que demos testimonios del amor de Cristo en todo momento. Amén.
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