San Juan de Dios es el fundador de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. Se dedicó a ayudar a necesitados y enfermos. Conocido como Juan de los Enfermos
San Juan de Dios: Patrono de los enfermos y de los hospitales.
San Juan de Dios (en portugués São João de Deus) fue un religioso muy piadoso, entregado al servicio, que fundó un hospital para atender a los más necesitados y a todos los enfermos llamado la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Era conocido también como João Cidade Duarte. También conocido como "Juan de los Enfermos", debido a su amor y atención hacia ellos. San Juan de Dios Nació y murió un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550, a los 55 años de edad. Es el santo patrono de los enfermos y hospitales.
Fiesta: 8 de marzo.
Martirologio Romano: San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que, después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció a compañeros con los que constituyó después la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso.
Biografía de San Juan de Dios.
San Juan de Dios es proveniente de familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento. En su juventud fue pastor de ovejas, muy apreciado por el dueño de la finca donde trabajaba.
Le propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer libre de compromisos económicos y caseros, pues deseaba dedicarse a labores más espirituales.
San Juan de Dios estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.
La Santísima Virgen María salvó a San Juan de Dios de ser ahorcado, pues una vez lo pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo.
Su coronel dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia.
Revelación celestial a San Juan de Dios.
Al salir del ejército, San Juan de Dios quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.
Cuando iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel "pobrecito" era la representación del Divino Niño Jesús, el cual le dijo: "Granada será tu cruz", y desapareció.
Estando San Juan de Dios en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a escuchar una prédica del famoso Padre San Luis de Ávila.
San Juan de Dios asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodilló y empezó a gritar: "Misericordia, Señor, que soy un pecador", y salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.
San Juan de Dios, en ese momento se confesó con San Juan de Ávila y se propuso una penitencia muy especial: hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir muchísimo.
Tocado profundamente por el amor de Dios en su corazón, San Juan de Dios repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados. La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.
En una oportunidad, las personas del pueblo, agarraron a San Juan de Dios y lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a los locos: azotarlos fuertemente.
Pero ellos notaban que San Juan de Dios no se disgustaba por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.
Aquella estadía de San Juan de Dios en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura.
Y cuando quedó libre fundó un hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina, demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su cuerpo. (Actualmente, sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura)
Cuando San Juan de Ávila volvió a la ciudad y supo que a su discípulo convertido lo tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las gentes. Ahora se dedicará a una verdadera "locura de amor": gastar toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.
San Juan de Dios alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda. Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.
Pronto, San Juan de Dios se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las noches por las calles. Él iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas y le regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día.
Al volver cerca de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.
El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que San Juan de Dios estaba haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a llamarlo "Juan de Dios", y así lo llamó toda la gente en adelante.
Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio una túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han vestido sus religiosos por varios siglos.
Prodigios en San Juan de Dios.
Un día su hospital se incendió y San Juan de Dios entró varias veces por entre las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes llamaradas, no sufría quemaduras, y logró salvarle la vida a todos aquellos pobres.
Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y palos. San Juan de Dios necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera. Entonces se fue al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven, se adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la corriente.
San Juan de Dios, sin pensarlo dos veces, se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis y empezó a sufrir espantosos dolores.
Muerte de San Juan de Dios.
Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien y resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de San Juan de Dios se debilitó totalmente.
Él hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue capaz de simular más. Sobre todo la artritis le tenía sus piernas retorcidas y le causaba dolores indecibles.
Entonces una venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco.
San Juan de Dios se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había logrado que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.
Al llegar al la casa de la rica señora, San Juan de Dios exclamó: "Oh, estas comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador". Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado tarde.
El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, San Juan de Dios se arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y quedó muerto, así de rodillas.
San Juan de Dios había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como un santo. San Juan de Dios es el Santo patrono de los hospitales y de todas las personas que allí trabajan, además de ser el patrono también de todos los enfermos del mundo.
Oración a San Juan de Dios. (sanación)
San Juan de Dios, te honro como el santo patrono de los Enfermos, especialmente de los que están afligidos por enfermedades del corazón. Te elijo como patrón y protector en mi actual enfermedad. A ti te confío mi alma, mi cuerpo, todos mis intereses espirituales y temporales, así como los de los enfermos de todo el mundo. A ti te consagro mi mente, para que en todas las cosas sea iluminada por la fe, sobre todo al aceptar mi cruz como una bendición de Dios; mi corazón, para que lo mantengas puro y lo llenes del amor a Jesús y a María que ardía en tu corazón; mi voluntad, para que como la tuya, sea siempre una con la Voluntad de Dios.
Queridísimo San Juan de Dios, te honro como modelo de penitentes, pues recibiste la gracia de renunciar a una vida pecaminosa y de expiar tus pecados con incansables trabajos en favor de los pobres y los enfermos. Obtén para mí la gracia de Dios de estar verdaderamente arrepentido de mis pecados, de expiarlos y de no volver a ofender a Dios. Ayúdame a dominar mis malas inclinaciones y tentaciones, y a evitar toda ocasión de pecado. Por tu intercesión, obtén de Jesús y de María la gracia de cumplir fielmente todos los deberes de mi estado de vida y de practicar las virtudes necesarias para mi salvación. Ayúdame a pertenecer a Dios y a la Virgen en la vida y en la muerte por medio del amor perfecto. Que mi vida, como la tuya, transcurra en el servicio incansable a Dios y al prójimo.
Puesto que la Santa Madre Iglesia también te invoca en sus oraciones por los moribundos, te ruego a ti, San Juan de Dios, que estés conmigo en mi última hora y reces por mí. Así como moriste arrodillado ante un crucifijo, que yo encuentre fuerza, consuelo y salvación en la Cruz de mi Redentor, y que por su tierna misericordia y las oraciones de Nuestra Señora, y por tu intercesión, alcance la vida eterna. Amén.
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