Santo Tomás Becket fue un fiel obispo obligado al destierro de Inglaterra por defender la Iglesia. Fue mártir que se dejó asesinar sin oponer resistencia
Santo Tomás Becket. Obispo y Mártir defensor de la fe.
Santo Tomás Becket, o Tomás Becket el obispo, era hijo de un empleado que llegó a ser arzobispo de Canterbury desde 1162 hasta su asesinato en 1170. Entabló un conflicto con Enrique II, Rey de Inglaterra, por los derechos y privilegios de la Iglesia y fue asesinado por los seguidores del rey en la Catedral de Canterbury. Santo Tomás Becket fue un mártir al entregar su vida, sin oponer resistencia, por defender los derechos de la religión católica.
Fiesta: 29 de diciembre.
Martirologio Romano: Santo Tomás Becket, obispo y mártir, que por defender la justicia y la Iglesia fue obligado a desterrarse de la sede Canterbury y de la misma Inglaterra, volviendo al cabo de seis años a su patria, donde padeció mucho hasta que fue asesinado en la catedral por los esbirros del rey Enrique II, emigrando a Cristo (1170).
Biografía de Santo Tomás Becket
Santo Tomás Becket, en sus primeros años, fue educado por los monjes del convento de Merton. Después tuvo que trabajar como empleado de un comerciante, al cual acompañaba los días de descanso a hacer largas correrías dedicados a la cacería. Desde entonces adquirió su gran afición por los viajes, aunque fueran por caminos muy difíciles.
Un día, persiguiendo una presa de cacería, corrió con tan gran imprudencia que cayó a un canal que llevaba el agua para mover un molino.
La corriente arrastró a Santo Tomás Becket y ya iba a morir triturado por las ruedas, cuando, sin saber cómo ni por qué, el molino se detuvo instantáneamente. El joven consideró aquello como un aviso para tomar la vida más en serio.
Vocación y servicio.
A los 24 años, Santo Tomás Becket consiguió un puesto como ayudante del arzobispo de Inglaterra (el de Canterbury) el cual se dio cuenta de que este joven tenía cualidades excepcionales para el trabajo, y le fue confiando poco a poco oficios más difíciles e importantes.
Pasado un breve tiempo, el arzobispo ordenó de diácono a Santo Tomás Becket y lo encargó de la administración de los bienes del arzobispado. Lo envió varias veces a Roma a tratar asuntos de mucha importancia, y así Tomás llegó a ser el personaje más importante, después del arzobispo, en aquella iglesia de Londres.
Monseñor afirmaba que no se arrepentía de haber depositado en Santo Tomás Becket toda su confianza, porque en todas las responsabilidades que se le encomendaban se esmeraba por desempeñarlas lo mejor posible.
Virtudes de Santo Tomás Becket.
Dicen los que lo conocieron, que Santo Tomás Becket era delgado de cuerpo, semblante pálido, cabello oscuro, nariz larga y facciones muy varoniles. Su carácter alegre lo hacía atractivo y agradable en su conversación. Sumamente franco, trataba de decir siempre la verdad y de no andar fingiendo lo que no sentía, pero siempre con el mayor respeto.
Santo Tomás Becket sabía expresar sus ideas de manera tan clara, que a la gente le gustaba oírle explicar los asuntos de religión porque se le entendía todo fácilmente y bien.
Tomás, como buen diplomático, había obtenido que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y este, en acción de gracias por tan gran favor, nombró a nuestro santo (cuando solo tenía 36 años) como Canciller o ministro de Relaciones Exteriores.
Santo Tomás Becket puso todas sus cualidades al servicio de tan alto cargo, y llegó a ser el hombre de confianza del rey. Este no hacía nada importante sin consultarle. Su presencia en el gobierno contribuyó a que dictaran leyes muy favorables para el pueblo.
Acompañaba a Enrique II en todas sus correrías por el país y por el exterior (pues Inglaterra tenía amplias posesiones en Francia) y procuraba que en todas partes quedara muy en alto el nombre de su gobierno.
Santo Tomás Becket no tenía miedo en corregir también al monarca cuando veía que se estaba extralimitando en sus funciones. Pero siempre de la manera más amigable posible.
Tomás Becket, el arzobispo.
En el 1161 murió el arzobispo Teobaldo, y entonces al rey le pareció que el mejor candidato para ser arzobispo de Inglaterra era Santo Tomás Becket. Este le advirtió que no era digno de tan sublime cargo. Que su genio era violento y fuerte, y que tomaba demasiado en serio sus responsabilidades y que por eso podía tener muchos problemas con el gobierno civil si lo nombraban jefe del gobierno eclesiástico. Pero su confesor decía: "En su vida privada es intachable, y sabe mantener una gran dignidad aún en ocasiones peligrosas y en tentaciones de toda especie".
Y un Cardenal de mucha confianza del sumo pontífice lo convenció de que debía aceptar, y al fin aceptó. Cuando el rey empezó a insistirle en que aceptara el oficio de arzobispo, Santo Tomás Becket le hizo una profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo así: "Si acepto ser arzobispo, me sucederá que el rey, que hasta ahora es mi gran amigo, se convertirá en mi gran enemigo".
Enrique no creyó que fuera a suceder así, pero sí sucedió.
Ordenado de sacerdote y luego consagrado como arzobispo, Santo Tomás Becket pidió a sus ayudantes que en adelante le corrigieran con toda valentía cualquier falta que notaran en él. Les decía: "Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven en mi comportamiento algo que no está de acuerdo con mi dignidad de arzobispo, les agradeceré de todo corazón si me lo advierten".
Desde que fue nombrado arzobispo (por el Papa Alejandro III) la vida de Santo Tomás Becket cambió por completo. Se levantaba muy al amanecer. Luego dedicaba una hora a la oración y a la lectura de la S. Biblia.
Después del desayuno estudiaba otra hora con un doctor en teología, para estar al día en conocimientos religiosos.
Cada día, Santo Tomás Becket repartía personalmente las limosnas a muchísimos pobres que llegaban al Palacio Arzobispal. Muy pronto, ya los pobres que allí recibían ayuda, eran el doble de los que antes iban a pedir limosna.
Cada día tenía algunos invitados a su mesa, pero durante las comidas, en vez de música, escuchaba la lectura de algún libro religioso.
Casi todos los días, Santo Tomás Becket visitaba algunos enfermos del hospital. Examinaba rigurosamente la conducta y la preparación de los que deseaban ser sacerdotes, y a los que no estaban bien preparados o no habían hecho los estudios correspondientes, no los dejaba ordenarse de sacerdotes, aunque llegaran con recomendaciones del mismo rey.
Santo Tomás Becket había dicho al rey cuando este le propuso el arzobispado: "Ya verá que los envidiosos tratarán de poner enemistades entre nosotros dos. Además, el poder civil tratará de imponer leyes que vayan contra la Iglesia Católica y no podré aceptar eso. Y hasta el mismo rey me pedirá que yo le apruebe ciertos comportamientos suyos, y me será imposible hacerlo". Esto se fue cumpliendo todo exactamente.
El rey se propuso ponerles enormes impuestos a los bienes de la Iglesia Católica. El arzobispo se opuso totalmente a ello, y desde entonces el cariño de Enrique hacia su antiguo canciller, Tomás, se apagó casi por completo.
Luego pretendió el rey imponer un fuerte castigo a un sacerdote. El arzobispo se opuso, diciendo que al sacerdote lo juzga su superior eclesiástico y no el poder civil. La rabia del mandatario se encendió furiosamente.
Enrique redactó una ley en la cual la Iglesia quedaba casi totalmente sujeta al gobierno civil. Santo Tomás Becket exclamó: "No permita Dios que yo vaya jamás a aprobar o a firmar semejante ley". Y no la aceptó. ¡Nueva rabia del rey!
Enseguida este se propuso que en adelante sería el gobierno civil quien nombrara para ciertos cargos eclesiásticos. Tomás se le opuso terminantemente. Resultado: tuvo que salir del país.
Santo Tomás Becket se fue a Francia a entrevistarse con el Papa Alejandro III y pedirle que lo reemplazara por otro en este cargo tan difícil.
"Santo Padre le digo, yo soy un pobre hombre orgulloso. Yo no fui nunca digno de este oficio. Por favor: nombre a otro, y yo terminaré mis días dedicados a la oración en un convento".
Y así, Santo Tomás Becket se fue a estarse 40 días rezando y meditando en una casa de religiosos. Pero el Pontífice intervino y obtuvo que entre Enrique y Tomás Becket hicieran las paces. Y así volvió a Inglaterra. Sin embargo, el problema peor estaba por llegar.
Después de seis años de destierro y cuando ya le habían sido confiscados por el rey todos sus bienes y los de sus familiares, el arzobispo Santo Tomás Becket regresó a Inglaterra el 1º de diciembre con el título de "delegado del sumo pontífice".
El trayecto desde que desembarcó hasta que llegó a su catedral de Canterbury fue una marcha triunfal. Las personas aglomeradas a lo largo de la vía, lo aclamaban si cesar.
Las campanas de todas las iglesias repicaban alegremente y parecía que la hora de su triunfo ya había llegado. Pero era otra clase de triunfo distinta la que le esperaba en ese mes de diciembre. La del martirio.
Muerte de Santo Tomás Becket.
Como Santo Tomás Becket mismo lo había anunciado, los envidiosos empezaron a llevar cuentos y cuentos al rey contra el arzobispo. Y dicen que un día, en uno de sus terribles estallidos de cólera, Enrique II exclamó: "No podrá haber más paz en mi reino mientras viva Tomás Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?".
Al oír semejante exclamación de labios del mandatario, cuatro sicarios se fueron donde Santo Tomás Becket, resueltos a darle muerte.
Santo Tomás Becket estaba él orando junto al altar cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de 1170. Lo atacaron a cuchilladas. No opuso resistencia. Murió apenas a los 52 años de edad, diciendo: "Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica"
Se llama apoteosis la glorificación y gran cantidad de honores que se rinden a una persona. La noticia del asesinato de un arzobispo recorrió velozmente Europa, causando horror y espanto en todas partes.
El Papa Alejandro III lanzó excomunión contra el rey Enrique, el cual profundamente arrepentido duró dos años haciendo penitencia y en el año 1172 fue reconciliado otra vez con su religión y desde entonces se entendió muy bien con las autoridades eclesiásticas.
El mártir Santo Tomás Becket consiguió después de su muerte, esto que no había logrado obtener durante su vida. Tres años después, el Sumo Pontífice lo declaró santo, a causa de su martirio y por los muchos milagros que se obraban en su sepulcro.
La historia de Santo Tomás Becket destaca su valentía en la defensa de los principios de la Iglesia frente a la autoridad secular, así como su disposición a sacrificar su vida por sus convicciones. Su legado perdura como un ejemplo de integridad y fidelidad a la fe.
Dos personajes con nombres de Tomás, ocuparon el cargo de Canciller en Inglaterra, junto con dos reyes de nombre Enrique. Y ambos fueron martirizados por defender a la santa Iglesia Católica. Santo Tomás Becket, martirizado por deseos de Enrique II, y Santo Tomás Moro, martirizado por orden del impío rey Enrique VIII.
Que Santo Tomás Becket ruegue por todos los Sacerdotes del mundo, y en especial por los que desempeñan cargos de obispos, para que sean fieles a la fe del Señor Jesús. Amén.
Oración a Santo Tomás Becket.
Santo Tomás Becket, valiente defensor de la fe y mártir por la justicia, me acerco a ti con humildad y devoción. Tú, que en medio de las adversidades mantuviste la paciencia y docilidad a la voluntad divina, intercede por mí ante el Señor. Enséñame a cultivar el don de la paciencia en medio de las pruebas y la fortaleza para aceptar la voluntad de Dios con docilidad. Que, siguiendo tu ejemplo, pueda yo afrontar los desafíos con serenidad, confiando en que la gracia divina guía cada paso de mi vida.
Santo Tomás Becket, valioso testigo de la verdad y defensor de la justicia, ruega por mí para que, en momentos de dificultad, pueda encontrar la fortaleza interior necesaria para mantener la calma y la paciencia. Ayúdame a ser dócil a la voluntad de Dios, reconociendo que en la entrega total a Él se encuentra la verdadera libertad. Que, como tú, pueda vivir con valentía y fidelidad al Evangelio, confiando en la promesa de Cristo de estar con aquellos que lo siguen. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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