San Juan Diego, vidente de Guadalupe, logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac
San Juan Diego. Vidente de Nuestra Señora de Guadalupe.
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, fue el primer santo indígena católico de las Américas. Es el Santo vidente y testigo presencial de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el monte de Tepeyac. Nativo de la ciudad de México, a San Juan Diego se le concedió la milagrosa aparición de la Virgen María de Guadalupe (Nuestra Señora de Guadalupe) en cuatro ocasiones distintas en diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac, en las afueras, pero ahora dentro del área metropolitana de la Ciudad de México.
Fiesta 9 de diciembre.
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios.
Biografía de San Juan Diego.
San Juan Diego, vidente de Nuestra Señora de Guadalupe, y que en 1990 el Papa San Juan Pablo II lo llamó "el confidente de la dulce Señora del Tepeyac", según una tradición bien documentada, nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas.
Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba "Águila que habla", o "El que habla con un águila". Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía.
Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. San Juan Diego fue un hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.
San Diego y su encuentro con la Virgen de Guadalupe.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios.
Nuestra Señora de Guadalupe le encargó a San Juan Diego que en su nombre pidiese al obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese.
Al día siguiente domingo, San Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella.
No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, San Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su tilma y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. obispo como prueba de veracidad.
Una vez ante el obispo, San Juan Diego abrió su tilma y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.
San Juan Diego, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la Señora del Cielo. Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.
Vida de oración y la penitencia de San Juan Diego.
En espíritu de pobreza y de vida humilde, San Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Era muy dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
San Juan Diego pasó el resto de su vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo, fue un laico fiel a la gracia divina, y gozó de una alta estima entre sus compañeros que muchos de ellos acostumbraban a decir a sus hijos: "Que Dios les haga como Juan Diego"
Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548. Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.
Beatificación y Canonización de San Juan Diego.
El 6 de mayo de 1990, en esta Basílica, San Juan Pablo II presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato. Precisamente en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de Juan Diego.
Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino a San Juan Diego, que según las palabras de San Juan Pablo II: "Representa a todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús". San Juan Diego fue canonizado el 31 de julio de 2002 por San Juan Pablo II, quien viajó a Ciudad de México para presidir la ceremonia.
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