Esta meditación nos guía a compartir 15 minutos con la Santísima Virgen María Auxiliadora, poniendo en sus manos nuestras cargas y buscando su consuelo
15 minutos de oración con María Auxiliadora.
María Auxiliadora de los Cristianos es una de las invocaciones de la conocida Letanía de Loreto (Letanías de la Santísima Virgen María). Queremos pasar tiempo con nuestra Señora, con nuestra Madre del Cielo que quiere acompañarnos en el camino del crecimiento espíritu. Por esto, ofrecemos 15 minutos de oración con María Auxiliadora para que tengamos una ayuda de la Virgen.
María Auxiliadora.
El Papa San Pío V introdujo el título de Auxilio de los cristianos en la letanía en el año 1571 en acción de gracias a Nuestra Señora por la victoria de la flota cristiana, muy inferior en número, sobre los turcos musulmanes, en la famosa Batalla de Lepanto.
Siglos después, el Papa Pío VII, cautivo por las fuerzas de Napoleón en Savona, organizó una Novena de Rosario entre los fieles a Nuestra María Auxiliadora para su liberación.
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María Auxiliadora. Auxilio de los cristianos en tiempos difíciles
En 1860 la Santísima Virgen se aparece a San Juan Bosco y le dice que quiere ser honrada con el título de María Auxiliadora
En 1815, Pío VII estableció la fiesta de María Auxiliadora en agradecimiento por su liberación del cautiverio. San Juan Bosco, que nació un mes antes de la institución de la fiesta de María Auxiliadora, tuvo una gran devoción a Nuestra Señora bajo el título de Auxilio de los Cristianos.
Don Bosco fundó los Salesianos (sacerdotes y hermanos) y nombró a su congregación de hermanas como las "Hijas de María Auxiliadora" y Construyó la Basílica de María Auxiliadora en Turín
15 minutos de oración con María Auxiliadora.
A continuación, busca un lugar tranquilo, donde puedas enfocarte en este tiempo de 15 minutos de oración a María Auxiliadora, en completo silencio y meditación.
Señal de la Cruz.
Por la Señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración a María.
¡María! ¡María! ¡Dulcísima María, Madre querida y poderosa Auxiliadora mía! Aquí me tienes; tu voz maternal ha dado nuevos bríos a mi alma y anhelosa vengo a tu soberana presencia.
Estréchame cariñosa entre tus brazos, deja que yo recline mi cansada frente sobre tu pecho y que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en íntima confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de ese mundo que solo deja desengaños y pesares.
Mírame compasiva, estoy triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra ni me distrae, me hallo enteramente turbada y llena de temor. Abrumado bajo el peso de la aflicción, sobrecogido de espanto, busco un hueco para ocultarme, como la tímida paloma perseguida por el cazador... y ese hueco, ese asilo bendito, ese lugar de refugio es, ¡oh Madre!, tu corazón.
A ti, me acerco lleno de confianza... no me deseches ni me niegues tus piedades. Bien comprendo que no las merezco por mis muchas infidelidades; dignas de tus bondades son las almas santas e inocentes que saben imitarte y a las cuales yo tanto envidio sinceramente, más Tú eres la esperanza y el consuelo, por eso vengo sin temor.
¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra de par en par la puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él, pues vengo cansado y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse a tus pies.
¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay dolores que calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas que consolar... por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias en que me encuentro sumergido, imitando al Pródigo del Evangelio, digo también:
"Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre buena, aquí está tu hija que te busca!, perdona si en algo te he sido infiel, soy tu pobre hija que llora, aquí me tienes aunque indigna a tus favores... te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en mi pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón".
¿Me abandonarás dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh, no!, tu apacible rostro ensancha mi confianza, tus castos ojos me miran compasivamente disipando las densas nubes de mi espíritu y de mi abatimiento y zozobra desaparecen con tu materna sonrisa.
Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como eres mi Madre, es tan solo para manifestarme que eres la dispensadora de las gracias y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre este pobre pecador que solo desea amarte y agradecerte.
¡Oh sí! Tú eres el océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena arrojado en él... Tú eres el rocío y yo la pobre flor mustia y marchita que necesita de Ti para volver a la vida.
Que nada me distraiga, que nadie me busque... Yo estoy perdido en el mar inmenso de tu bondad, estoy escondido en el seno misterioso de mi bendita Madre.
Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y tierno, quiero hablarte con la confianza del niño, quiero acariciarte, quiero llorar contigo... traer a mi memoria dulces recuerdos, derramar mi alma en tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra el corazón para regalártelo en prenda de mi amor.
Escucha, pues, tierna María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis palabras y deja que cuál bordo de fuego penetre en tu corazón, porque quiero conmoverte... quiero rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que tan amable abre sus pequeños brazos sonriendo con dulzura, repita en mi favor nuevamente aquella consoladora palabra que alienta al desvalido y hace temblar al demonio: "He aquí a tu Madre, he aquí a tu hijo".
Sí, aquí estoy... aquí está tu pobre hijo a quien has amado y amas aún con predilección y que te pertenece por todos los títulos... la que descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo maternal... la que probó tus caricias mucho antes que los maternos besos, ¿lo recuerdas?
Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia, viví tranquila bajo tu manto, sin conocer ni sospechar siquiera los escollos de la vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las que preparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos y sinsabores de la vida.
Tu mano salvadora no solo me apartó del abismo en que tantas almas han perecido, sino que me regaló con gracias particularísimas y especiales, dones que reservas tan solo para tus amados. Todo, todo lo confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil lenguas para cantar tus alabanzas, digna y elocuentemente, en fervorosos y tiernos himnos de santa gratitud.
Ah, cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de muerte, sobrecogida de angustioso quebranto... cuando mi corazón tiembla ante la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus tiernas muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace surgir mi frente, dándome alas para remontarme hasta lo infinito...
¡Oh recuerdo consolador! ¡Bendito seas! Eres la escala por la cual subo hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero. Más, ¡ay!, pronto pasaron de aquella alma los días de encanto... con la velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó para mí la hora del desamparo.
Madre, no puedo soportar su peso, siento quebrantar al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y necesito que tu mano me sostenga para no sucumbir en la lucha. Ansioso te busco como el pobre náufrago busca su tabla salvadora. Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente como el marino en busca de la estrella que debe señalarle el puerto. Me siento como abandonado, semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje tempestuoso e incesante...
¡Tengo miedo!, mucho miedo de perecer, entre las turbias ondas del agitado mar del pecado. Tengo miedo de la justicia divina a quien soy deudor de tantas y tan especialísimas gracias... pero sobre todo tengo miedo...
Oh, no quisiera ni decirlo... tengo miedo de serte ingrato, abandonándote algún día y olvidando tus ternuras, pagarlas con ingratitud ¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que viva siempre unido a Ti, como la débil yedra vive asida fuertemente a la robusta encina defendiéndose del furioso huracán...
¿Qué sería de este tu hijo, ¡oh Madre!, sin Ti? Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso sus infernales astucias... acosado me siento por todas partes y si Tú no me amparas, ¿quién se dolerá de mí? No me alejes, por piedad, sálvame... muestra que eres mi Madre Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he contristado, reduce a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y límpiame más y más.
Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos descansa tu Jesús... sujétame entre ellos para que no haga uso de la justicia contra mí... dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo envías, que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre carne tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la nieve.
Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar su clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y que olvide para siempre lo mala que he sido.
¡María de mi vida! No resta más que la última etapa... mis ensangrentadas huellas van marcando mis pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse... mi cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento, pero derrama las últimas lágrimas que manan de él, cuál candente lava.
Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no viene en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en ese instante? La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía, es grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y tu sonrisa me alentará.
Estoy seguro de que aun cuando el demonio ruja a mi derredor, preparando su último asalto, tu mano maternal me acariciará y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos en mi despedida de este triste valle de lágrimas.
Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no fallará mi esperanza... ni un momento lo dudo. Los ángeles santos, al ver las ternuras de que seré objeto en el terrible trance, exclamarán también enternecidos: "Mirad cómo la ama nuestra Reina". Esta es la gracia de las gracias, mi último anhelo, mi petición suprema.
Haz ¡oh Madre mía!, que tu dulcísimo nombre, que fue la primera palabra que supieron balbucir mis infantiles labios entre las caricias de mi buena madre, sea también la última expresión que suavice y endulce mi sedienta boca al entregar mi alma.
¡Madre!, que mi tránsito sea el postrer tributo de mi amor hacia Ti... que sea la última nota de mis cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el ósculo moribundo que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con la Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna Madre Auxiliadora! Amén.
Rezar el Acordaos.
Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu auxilio, haya sido desamparado por ti. Animado por esta confianza, Animado por esta confianza, recurro a ti, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No desprecies mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén.
Virgen María Auxiliadora, sé mi amparo y mi protección desde este momento. Ayúdame en las dificultades y estréchame en el cruce de tus brazos. Eres el auxilio de los cristianos y eres el auxilio del alma mía. Amén.
Sobre María Auxiliadora.
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