La Santidad es el deseo incesante e incansable de permanecer unidos a la cruz de Jesús, así lo escribió el Papa Francisco en su nuevo libro: Santo, no mundano
Una Iglesia de santos, no mundanos, dos reflexiones del Papa Francisco.
La Librería Editora Vaticana LEV pone a la venta el nuevo libro del Papa Francisco "Santo, no mundano. La gracia de Dios nos salva de la corrupción interior", que incluye un artículo que data de 1991 con el título original "Corrupción y pecado", y una carta que dirigió a los sacerdotes de la diócesis de Roma en agosto de 2023. Publicamos la traducción inglesa de su prefacio.
El cristiano y el combate espiritual.
La vida cristiana es una batalla, un combate interior para vencer la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, y dejar que habite en nosotros el amor de nuestro Padre, que desea nuestra felicidad. Es un combate hermoso, porque cuando dejamos que el Señor triunfe en nosotros, nuestro corazón exulta plenamente y nuestra existencia se ilumina con un rayo del infinito.
El combate que llevamos a cabo como seguidores de Jesús es, en primer lugar, un combate contra la mundanidad espiritual, que es una forma de paganismo con ropaje eclesiástico. Aunque se camufle con la apariencia de lo sagrado, acaba siendo idolátrica porque no reconoce la presencia de Dios como Señor y liberador de nuestras vidas y de la historia del mundo. Nos deja presa de nuestros caprichosos deseos.
Por eso, debemos luchar. Pero nuestra lucha no es vana ni carente de esperanza, porque esta batalla ya ha sido ganada por Jesús, que venció la fuerza del pecado con su muerte. Con su resurrección, ha hecho posible que nos convirtamos en personas nuevas.
Por supuesto, la victoria de Jesús tiene un nombre, la cruz, que al principio nos repele y nos aleja. Pero es el signo de un amor sin límites, humilde y tenaz. Jesús nos amó hasta la muerte ignominiosa en una cruz para que ya no podamos dudar de que sus brazos permanecerán abiertos hasta para el último de los pecadores. Este amor eterno llama y orienta la vida de los cristianos, y de la Iglesia misma. La cruz de Jesús se convierte en el criterio de toda opción de fe.
El beato Pierre Claverie, obispo de Orán, lo afirmaba en una de sus hermosas homilías que quisiera citar aquí:
"Creo que la Iglesia muere si no está suficientemente cerca de la cruz de su Señor. Aunque parezca paradójico, la fuerza, la vitalidad, la esperanza, la fecundidad cristiana, la fecundidad de la Iglesia vienen de aquí. No de otra parte. Todo lo demás no es más que humo ante nuestros ojos, ilusión mundana. La Iglesia se traiciona a sí misma, y traiciona al mundo, cuando se presenta como una potencia entre potencias, o como una organización, aunque sea humanitaria, o como un movimiento evangélico capaz de causar sensación. Puede incluso brillar, pero no arde con el fuego del amor de Dios, "fuerte como la muerte", como dice el Cantar de los Cantares".
Por eso he querido recoger en este breve volumen dos ensayos publicados en épocas distintas: uno, escrito en 1991, cuando era arzobispo de Buenos Aires, dedicado a la corrupción y al pecado; y el otro, una Carta a los sacerdotes de Roma. Están unidas por la preocupación, que siento como una fuerte llamada de Dios a toda la Iglesia, a permanecer vigilantes y a luchar con la fuerza de la oración contra toda concesión a la mundanidad espiritual.
¿Qué es la santidad?
Esta batalla tiene un nombre: se llama santidad. La santidad no es un estado de bienaventuranza que se alcanza de una vez para siempre. Es más bien el deseo incesante e incansable de permanecer unidos a la cruz de Jesús, dejándonos modelar por la lógica que nace del don de sí y de la resistencia al enemigo que nos halaga, convenciéndonos de que somos autosuficientes. Nos haría bien recordar lo que dijo Jesús: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5).
La santidad es, pues, permanecer abiertos al "más" que Dios nos pide y que se manifiesta en nuestra adhesión a la vida cotidiana. El Padre Alfred Delp escribió: "Dios nos abraza a través de la realidad". Nuestra vida cotidiana es el lugar en el que damos cabida al Señor que nos salva de la autosuficiencia, y que nos exige ese magis del que hablaba San Ignacio de Loyola: ese "más" que nos impulsa hacia una felicidad que no es efímera, sino plena y serena.
Ofrezco estos textos al lector como una oportunidad para reflexionar sobre su vida y sobre la vida de la Iglesia, con la convicción de que Dios nos pide que estemos abiertos a su novedad, nos pide que estemos inquietos y nunca satisfechos, buscando y nunca estancados en una cómoda opacidad, no defendidos entre los muros de falsas certezas, sino caminando por la senda de la santidad.