Papa Francisco: No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. Son inseparables
"El amor de Dios y el amor al prójimo son inseparables... No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios", es lo que nos ha querido decir el Papa Francisco en su reflexión del Evangelio de hoy, antes de rezar la oración del Ángelus con todos los fieles en la plaza de San Pedro en el Vaticano.
El Papa Francisco basó su reflexión en el Evangelio de Mateo, en el que un Fariseo le prgunta a Jesús, cuál es el más grande de los mandamientos. "El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero", ha dicho el Papa basado en este pasaje del Evangelio.
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. El evangelista Mateo, cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para poner a Jesús a una prueba. Uno de ellos, un doctor de la Ley le dirigió esta pregunta: "¿Maestro, en la Ley cual es el gran mandamiento?". Jesús, citando el Libro del Deuteronomio respondió:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento".
No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y ni al prójimo sin amar a Dios.
Y podría haberse detenido aquí. En cambio Jesús añade algo que no había sido solicitado por el doctor de la ley: Dice de hecho:
"El segundo, después, es similar a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Tampoco este segundo mandamiento es inventado por Jesús, pero lo toma del Libro del Levítico.
La novedad consiste justamente en poner juntos estos dos mandamientos (el amor de Dios y el amor por el prójimo) revelando que estos son inseparables y complementarios, son dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios.
El papa Benedicto nos ha dejado un hermoso comentario sobre esto en su primera encíclica Deus Caritas Est.
El mandamiento del amor de Dios.
De hecho el signo visible que el cristiano puede mostrar para dar testimonio al mundo y a los otros y a su familia, es el amor de Dios y el amor a los hermanos.
El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero, no porque está encima de la lista de los mandamientos. Jesús no lo pone encima, pero en el centro, porque del corazón todo tiene que partir y al cual todo tiene que retornar y hacer referencia.
Ya en el Antiguo Testamento, la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, incluía también el deber de tomarse cuidado de las personas más débiles, como el extranjero, el huérfano, la viuda. Jesús lleva a cumplimiento esta ley de alianza, Él que une en sí, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un mismo misterio de amor.
Así, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, la vida de piedad del servicio a los hermanos, a aquellos hermanos concretos que encontramos.
No podemos más dividir la oración y el encuentro con Dios en los sacramentos, de escuchar al otro, de la proximidad a su vida, especialmente de sus heridas. Acuérdense de esto: el amor es la medida de la fe. ¿Cuánto me amas tu? Y cada uno se de la respuesta. ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.
El rostro del Amor del Padre y del prójimo.
En medio a la densa selva de preceptos y prescripciones (a los legalismos de hoy) Jesús opera una división que permite de ver dos rostros: el rostro del Padre y el del hermano. No entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos ni fórmulas. Nos entrega dos rostros, más aún, un sólo rostro, el de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios.
Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos si estamos en condición de reconocer en él el rostro de ¿Dios: somos capaces de esto?
De este modo Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual impostar la propia vida. Pero sobretodo Él que nos ha donado el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como a Él.
Por intercesión de María nuestra Madre, abrámonos para recibir este don del amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros que son uno sólo: la ley del amor. Y con debemos convencernos de que el amor de Dios y el amor al prójimo son inseparables.