Dios amó tanto al mundo que entregó a su hijo unigénito para nuestra salvación. Por ello, nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
¿Cómo experimentar la poderosa fuerza del amor? Jesús nos Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y el San Juan Evangelista nos pone en claro que Dios amó tan al mundo que entregó a su hijo unigénito para la salvación de todos. Esto es amor en extremo, un amor que va más allá de nuestras limitaciones humanas. Es que nadie tiene amor más grande que Dios, pues Dios mismo es la fuente del amor. Así encontramos entonces en el Santo Evangelio de San Juan, lo siguiente
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros". (Juan 15,9-17)
Dios amó tanto al mundo.
Para que podamos comprender un poco mejor sobre cómo Dios amó tan al mundo, quiero exponerle algunos puntos importantes para su reflexión.
1. "No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos".
Y tanto nos amó Dios que nos entregó a su único Hijo para que nos salvemos nosotros. Se parece a lo que vi en la película "El Puente".
Érase una vez un hombre, que tenía un hijo al que amaba entrañablemente. El hombre era encargado de un puente levadizo, por donde pasaba el ferrocarril. Cuando un barco pasaba por el río, debía poner la luz en rojo para que el ferrocarril se detuviera, y debía mover la palanca que levantara el puente levadizo.
A su hijo le encantaba ver los trenes, y mirar a las personas que viajaban en él, y que en cierta forma dependían de su padre: unas se sentían solas, otras estaban disgustadas, otras eran egoístas, otras sufrían, algunas se pinchaban con la droga.
Un día ocurrió un error trágico: el maquinista del tren no se dio cuenta de que el semáforo estaba en rojo, y siguió adelante, cuando ya el puente levadizo se iba levantando. El niño gritó a su padre, quiso bajar la palanca para bajar el puente levadizo, pero resbaló y cayó a la vía del tren. El tren lo aplastaría.
El padre tuvo que decidir en segundos: o su hijo se salvaba, pero morían todos, o todos se salvaban, pero su hijo moría aplastado por el tren. El padre tomó esta segunda decisión: su hijo murió, pero todos los pasajeros del tren se salvaron, y muchos ni se dieron cuenta del drama.
De la misma manera, "tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único" (Juan 3,16)
2. Hay varios que aman: el Padre, Jesús, la gente. ¿Quién amó primero?
Jesús dice: "Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor". Aquí, vemos que hay un círculo de amor: "El Padre ama a su Hijo Jesús (cf. 3:35; 17:23), y Jesús ama obedientemente al Padre (cf. 10:17; 14:31); Jesús ama a sus seguidores, y ellos han de amarle y obedecerle (cf. 13:34; 14:15, 23); si amamos y obedecemos a Jesús, seremos amados por el Padre (cf. 14:21, 23; 17:23); ser amado por el Hijo también implica amarse uno a otro (cf. 13:34; 15:12, 17).
Dios no solo ama a los discípulos, ama a todos en el mundo y "dio su único Hijo por su pueblo" (cf. 3,16).
Por lo tanto, todos hemos nacido del amor materno-paterno de Dios. Y solo podemos vivir y desarrollarnos bajo el calor de este amor. Así lo entendió el jefe indio en la historia de "El hermano del jefe indio".
"Un joven misionero, predicando a los indios, les dijo que Dios era amor, era nuestro Padre. Cuando terminó de hablar, el jefe de la tribu le preguntó:
- "¿Usted llamó Padre al gran Espíritu?"
- Sí, dijo el misionero.
- "Nosotros nunca llamamos al gran Espíritu «Padre», dijo el viejo jefe. Nosotros lo oímos en el trueno, en el relámpago, en la tormenta y sentimos mucho, mucho miedo. Cuando usted lo llama "nuestro Padre" suena muy bien a nuestros oídos. Así que, misionero, ¿Dios es Padre de Usted y Padre de los indios?"
- Sí, le contestó el misionero.
- "Entonces, exclamó el viejo jefe, como quien despierta a una gran alegría, entonces usted y yo somos hermanos". (Félix Jiménez, escolapio)
Y así llama Jesús a sus discípulos después de la Resurrección: "hermanos" Y, al despedirse de ellos, les dice: "Permanezcan en mi amor". Es vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Permanecer en el amor de Jesús consiste en cumplir el mandato del amor fraterno: "Este es mi mandamiento; ámense unos a otros como yo les he amado" Y amar para Jesús solo significa una cosa: darse al otro.
Amar para Jesús es ser para otra persona, actuar para otra persona, aunque sea a cambio del sacrificio propio. La obra suprema de amar es dar la vida por otro
Un buen ejemplo es el amor de la madre. Ella se da al hijo, es para el hijo, aunque este sea pequeño y esté enfermo, y solo le cause problemas. Por cierto, el amor responde a una profunda necesidad del corazón humano. Solo el camino del amor puede conducirnos a la plenitud de la vida.
3. ¿Cómo elige Jesús a sus discípulos?
Los discípulos no son una maravilla. Son lentos, de cabeza dura, débiles de fe, a veces dudan.
Pero el crecimiento de la Iglesia durante el siglo primero demuestra que Jesús escogió bien, o los capacitó bien, sobre todo con el Espíritu Santo en Pentecostés.
4. ¿Cómo es la alegría que viene de Dios?
Esta alegría no es superficial ni inestable. El mandato del amor será como una fuente continua de alegría. Con el amor de Jesús tendremos un cristianismo más abierto, entusiasta, cordial, alegre, sencillo y amable, donde podamos vivir como amigos de Jesús.
La alegría de Jesús es la alegría que surge de una obra cumplida. Es una alegría creativa, como la alegría que siente el artista al completar su obra. Es la alegría de una vida disciplinada, como la alegría de un atleta después de ganar una carrera difícil. Ese atleta puede tener callos en los pies o músculos doloridos; pero, al experimentar la alegría de la victoria, todo eso importa poco. Jesús es nuestra alegría y nuestro amor. Nadie tiene amor más grande que él, Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Un amor tan grande como el de Dios, merece toda nuestra reciprocidad.