Hay que aprender a cuidar el corazón. Las heridas que sufrimos se quedan en el alma con rencor y malos deseos. Vaciarlo de resentimientos
Si quieres experimentar la gracia de de una libertad plena en el amor, lo primero que debes hacer es aprender a cuidar el corazón, a vaciarlo de resentimientos que lastiman y anclan a una situación en la que puedes estancarte y vivir en un estado de sufrimiento.
¿Qué es el resentimiento?
El resentimiento se refiere a ese proceso repetitivo de traer al recuerdo un mal sentimiento anidado en el corazón, junto con los eventos asociados a este y que conducen a momentos de irritación o de furia.
Aunque los resentimientos pueden ser provocados por hechos recientes o pasados específicos es los que estuvo envuelto la ira, falta de comprensión, o una discusión acalorada entre dos o más personas, también los resentimientos pueden venir de heridas de la infancia no sanadas.
Desde el Regnum Christi nos trae una buena reflexión del porqué debemos vaciarnos de los resentimientos y cuidar el corazón.
No repetimos una letanía de hechos en el resentimiento; los volvemos a experimentar y a revivir de maneras que nos afectan emocional, fisiológica y espiritualmente de forma muy destructiva. La incapacidad de superar el resentimiento probablemente constituye el impedimento más devastador para reparar una conexión íntima que se desintegra, una ruptura familiar o una amistad cortada.
¿Quién en su vida no ha experimentado la traición, la injusticia o la burla? Como que forma parte de esas heridas que casi obligadamente tenemos que vivir.
Muchas de de esas heridas se quedan incrustadas en el alma con el recuerdo, el rencor y el deseo práctico de una dulce venganza, qué ruin es el corazón humano.
Sí, buscamos la venganza para que la otra persona experimente vergüenza, arrepentimiento y humillación, así nuestro corazón queda tranquilo, bueno, aparentemente tranquilo, pues ya sabemos que jamás puedo pagar mal con mal y seríamos demasiados anticuados si seguimos aplicando la ley del Talión (ojo por ojo y diente por diente).
Aprende a cuidar el corazón.
Aprendamos la lección que hoy el papá de Jaimito nos quiere ofrecer, y no dejemos que esos malos sentimientos, recuerdos y burlas, manchen de negro nuestra alma y vida.
Un día el pequeño Jaimito entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto. Su padre, quien estaba saliendo hacia el jardín con el objeto de realizar unos trabajos en la huerta familiar, lo llamó para conversar con él.
Jaimito, desconfiado, lo siguió, no sin antes decirle en forma irritada: Papá, ¡te juro que tengo mucha rabia! Pedro no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas hasta de matarlo!
Su padre, un hombre sencillo, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: Imagínate que el tonto de Pedro me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso!, me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela.
El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa de donde tomó un saco lleno de carbón, el cual llevó hasta el final del jardín. Su hijo lo miraba callado, y antes de que pudiera decir algo, el padre le propone lo siguiente:
¿Jaime, ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que esa camisa es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Quiero que le tires todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver cómo quedó.
El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones, pero como la tendedera estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa. Una hora después, el padre regresó y le preguntó: Hijo, ¿qué tal te sientes?
Cansado pero alegre, ¡ya le di su lección a Pedrito!, y sonreía. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. El padre tomó al niño de la mano y le dice: Ven conmigo a mi cuarto, que quiero mostrarte algo.
Al llegar al cuarto, lo coloca frente a un espejo que le permite ver todo su cuerpo. ¡Qué susto! Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo: Hijo, como pudiste observar, la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú.
El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre quedan en nosotros mismos.
Con esas palabras finales, el Padre se despidió de Jaimito quien había aprendido una lección de vida.
Vacía de resentimientos tu corazón.
No guardes resentimientos ni rencores en tu corazón, déjalos ir, no quieras con tus pensamientos e imaginación llevar esos deseos de venganza a la persona que te ha herido.
Recuerda que al final el que sale perdiendo es uno mismo, no vale la pena ensuciar nuestra alma, más al contrario, que tu corazón sea tan grande que lo disculpes y lo perdones. De esta forma serás un testimonio auténtico de la caridad de Jesús.