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Categoría: Aprende a orar

La manera de preparar el corazón para la oración es llevando una vida divina. Aprende cómo orar para llegar a Dios y tener una vida divina

Para crecer en nuestra vida espiritual debemos aprender cómo orar para llegar a Dios, cómo preparar el corazón para la oración profunda que puede alcanzar esa conexión maravillosa que todos queremos tener con Dios.

La oración es, por decirlo así, estar a solas con Dios. Un alma ora sólo cuando se vuelve hacia Dios, y sólo lo hace mientras permanezca así. Tan pronto como se aleja, deja de orar.

Prepara el corazón para la oración.

Debemos preparar el corazón para la oración, pues, el movimiento de volverse a Dios y alejarse de todo lo que no es Dios. Es por eso que tenemos tanta razón cuando definimos la oración como este movimiento.

La oración es esencialmente "alzarse", una elevación. Comenzamos a orar cuando nos separamos de los objetos creados y nos alzamos hacia el Creador.

Ahora, este desprendimiento nace cuando comprendemos claramente nuestra nada. Ese es el verdadero significado de las palabras de nuestro Señor:

"El que se humille será exaltado".

Toda su vida fue una continua degradación, cada vez más y más profunda. San Bernardo no duda en decir que semejante abatimiento nos pone cara a cara con Dios. De ahí la paz de las almas que han caído, cuando, alzadas por Dios, se encuentran en Su presencia.

Y es precisamente en su abatimiento, una vez que lo han reconocido y admitido, que lo encuentran, porque es allí donde Él se revela. Lo único que le impide hacerlo es nuestro "yo".

Cuando somos dueños de nuestra nada, este "yo" se descompone, y una vez que sucede, el espejo es puro, y Dios puede producir su propia imagen en el alma, que entonces reproduce fielmente Sus rasgos revelándolos en toda su armonía y perfecta belleza.

Esto es lo que nuestro Señor quiso decir en ese pasaje vital del Sermón de la Montaña, y lo que todas las consideraciones humanas sobre la oración repiten sin cesar, pero sin llegar a su esplendor total:

"Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento y, cierra la puerta, ruega a tu Padre en secreto".

Entra en esta sagrada cámara de tu alma y allí, habiendo cerrado la puerta, háblale a tu Padre, que te ve en estas profundidades secretas, y dile:

"Padre nuestro, que estás en el cielo..."

Esta presencia íntima; tu fe en Aquel que es la profundidad secreta de ella y que se da a Sí mismo allí; el silencio hacia todo lo que no es Dios para ser todo para Él, aquí está la preparación para la oración.

Es obvio que no alcanzamos tal estado de alma sin estar preparados para ello por una combinación de circunstancias. Y esto es lo que no sabemos lo suficiente en la práctica.

La manera de prepararse para la oración es llevando una vida divina, y la oración, después de todo, es esa vida divina.

Todo lo que reproduce la imagen de Dios en nosotros; todo lo que nos eleva más allá de las cosas creadas; todo sacrificio que nos separe de ellos; cada aspecto de la fe que nos revela al Creador en las criaturas; todo movimiento de amor verdadero y desinteresado que nos hace al unísono con la Trinidad, todo esto es oración y nos prepara para una oración aún más íntima.

Todo esto hace real la palabra divina del Sermón de la Montaña y el movimiento dual que recomienda: cierra la puerta y ora a tu Padre.

Cuando Él habló, la Palabra divina mostró que Él conocía nuestro ser y sus leyes. Se reveló a Sí mismo como nuestro Creador y se hizo a Sí mismo nuestro Redentor. Él demostró que Él nos hizo y que Él solo puede rehacernos.

No somos suficientes para nosotros mismos; no tenemos en nosotros lo que nos puede completar; necesitamos ser completados.

Sé que lo estoy poniendo mal cuando digo que esta cosa complementaria no está en nosotros. En realidad, está dentro de nosotros, pero está en una parte de nosotros que está, por decirlo así, fuera de nosotros.

Cómo orar para llegar a Dios.

En nosotros, como en Dios, hay "muchas habitaciones". Dios está dentro de nosotros en las profundidades de nuestra alma, pero por el pecado ya no ocupamos esas profundidades.

Cuando Eva miró el fruto prohibido y extendió su mano para tomarlo y comerlo, ella salió de esas profundidades secretas en su alma. Fueron estas profundidades el verdadero paraíso terrestre, donde Dios visitó a nuestros primeros padres y les habló. Desde la caída, Dios está en nosotros, ¡pero nosotros no!

La preparación para la oración consiste en volver a esas profundidades. La renuncia, el desapego, el recuerdo, cualquier palabra que usemos, la realidad es la misma, y ​​esa realidad es el verdadero secreto de la oración. Cierra la puerta y entra...

Sólo se necesitan estas dos frases para explicarlo, pero en realidad son sólo una cosa. Representan un movimiento, pues todo lo que nos une a Dios es movimiento. Las palabras están relacionadas con dos "términos" o extremos.

Si hablamos del terminus a quo (es decir, desde), ellos dicen (y hacen lo que dicen): Cierra. Si pensamos en el terminus ad quem (es decir, hacia), ellos dicen: Entra.

Tenemos que cerrar la puerta a todo lo que no es, y entrar en EL QUE ES. Allí tienes el secreto de toda oración.

Entra en tu "cámara interior".

Dios es un brasero de amor. La oración nos acerca a Él, y al acercarnos a Él, somos atrapados por Su fuego. El alma es elevada por la acción de este fuego, que es una especie de aliento espiritual que la espiritualiza y la lleva lejos. El alma se libera de todo lo que la pesa, manteniéndola unida a esta tierra agotadora.

El salmista compara este aliento con el incienso. Ahora, el incienso es un símbolo universalmente conocido y excepcionalmente rico. Pero de todas las sustancias que el fuego penetra bajo la forma de llama o de calor, sigue un movimiento por el cual se propaga, haciendo que aumente comunicándose a todo lo que lo rodea.

El movimiento del alma que reza tiene algo especial al respecto. Sale de sí misma y permanece en sí misma. Pasa de su estado natural a su estado sobrenatural; de sí misma en sí misma a sí misma en Dios.

A primera vista, estas expresiones pueden parecer extrañas. El misterio no está en las realidades, sino en nuestra comprensión de ellas. Nuestra mente no está acostumbrada a estas realidades; tenemos que acostumbrarnos a ellos.

Nuestra alma es una morada con muchos apartamentos. En la primera, está allí con el cuerpo; es decir, con toda la sensibilidad del cuerpo. Ve cuando el ojo ve, oye cuando el oído oye. Se mueve con los músculos; recuerda, imagina y aprecia las distancias, cuando participamos en todas las actividades que son el terreno común de su acción con el cuerpo.

En el segundo, el alma está sola y actúa sola. El cuerpo está allí – siempre está allí, pero ya no actúa; no toma parte en la acción del alma. El alma sola piensa y ama.

El cuerpo con sus sentidos prepara la materia y los elementos, las condiciones de esta actividad espiritual, pero no toma parte en producirla. Esa habitación está cerrada; el alma está allí sola y mora allí sola.

En esa morada espiritual hay una parte aún más remota. Es la morada del ser, que se comunica a sí mismo y nos hace "ser".

Estamos tan acostumbrados a vivir hacia afuera (y los objetos de sentido nos mantienen tan volcados), casi nunca abrimos la puerta de esa cámara, y apenas le echamos una ojeada; muchos mueren sin sospechar jamás de su existencia. Los hombres preguntan: "¿Dónde está Dios?" Dios está allí – en las profundidades de su ser – y Él está allí comunicándoles el ser. Ellos no son EL QUE ES y quien da el ser a todas las demás cosas.

Ellos reciben el ser; reciben una parte del ser que no depende de sí mismos. Lo reciben durante cierto tiempo y bajo ciertas formas. Y de Su "más allá" Dios les da existencia. Ellos sólo existen por Su poder y son sólo lo que Él les permite ser.

Él está en la fuente de todo lo que hacen y, no importa cuánto deseen continuar con esas actividades, no pueden hacerlo si Él no está allí. Para entender esto, tenemos que pensar mucho, y la reflexión – quizás la forma más elevada que el acto humano puede tomar – ha dado lugar a la acción exterior y al movimiento local, ambos comunes a los animales y a la materia.

El alma que reza entra en esta habitación superior. Se coloca en la presencia de aquel Ser que se da a Sí mismo, y entra en comunicación con Él.

La oración es hablar con Dios.

Comunicar significa tener algo en común y, por este elemento común, ser hecho uno. Nos tocamos, hablamos, nos abrimos el uno al otro. Sin este "algo", permanecemos a distancia; nosotros no "comunicamos".

Dios es amor. Entramos en comunicación con Él cuando amamos, y en la medida de nuestro amor. El alma que ama y que ha sido introducida por el Amor en esa morada donde el Amor permanece puede hablarle a Él.

La oración es ese coloquio. Dios no se resistirá al amor que pide. Él ha prometido hacer la voluntad de aquellos que hacen Su voluntad.

Es gracias al amor que existen estas comunicaciones divinas que han sacado de aquellos felices receptores las exclamaciones más asombrosas.

"Señor, quédate, te ruego, el torrente de tu amor. Ya no soporto más".

El alma, sumergida y violada, se ha desmayado bajo el peso de estas grandes aguas y ha pedido que se le permita respirar por un instante, para así poder renovar su acogida.

El anacoreta en el desierto, cuando oraba, tuvo que dejar de extender sus brazos, para no ser arrebatado en su oración.

Santa María de Egipto, San Francisco de Asís, se elevaron de la tierra y permanecieron detenidos por un poder mayor que el peso de su cuerpo. Como ellos debemos Preparar el corazón para la oración, para entonces aprender cómo orar para llegar a Dios y tener esa relación íntima y profunda con su propio Amor.

Traducción y adaptación: María Mercedes Vanegas, PildorasdeFe.net. Con información extraida de: Catholic Exchange

pildorasdefe maria mercedes venegasMaría Mercedes Vanegas, Nicaragüense viviendo en Alemania, soltera, ingeniera y - a ejemplo de San Francisco Javier - misionera en esta era tecnológica. Identificación evangelizadora: Ay de mí si no predico el Evangelio, pues muchos cristianos se dejan de hacer, por no haber personas que se ocupen en la evangelización

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