Tocar el corazón de Dios en la oración llena de fe es la debilidad de Dios y la fuerza del hombre. La oración es dejarse encontrar por Dios
Podemos tocar el corazón de Dios con la oración, de eso no debemos de tener ninguna duda. El poder de la oración no está en nosotros, sino en la fe puesta en aquel a quien le rezamos. Dios tiene el poder de cambiar las cosas y cuando tocamos su corazón a través de la oración, grandes milagros ocurren.
La oración es un encuentro hacia el amor de Dios, es una vía directa a la fuente de su poder que es inimaginable y logra cosas imposibles
"Porque para Dios nada es imposible" (Lucas 1,37).
En la Carta a los Hebreos, San Pablo nos presenta a un Jesús como nuestro Sumo Sacerdote muy compasivo con todos.
"Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna". (Hebreos 4,14-16)
A través de la oración podemos tocar el corazón de Dios, apelar a su compasión y tocar ese Trono de Gracia.
Todo esto es lo que nos explica el Padre Evaristo Sada, LC, a través de su publicación realizada en su blog la-oracion.com. Prestamos atención a sus palabras.
¿Qué es la oración?
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocar su corazón desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre.
Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.
"Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre.
Jesús dijo: "¿Quién me ha tocado?" Como todos negasen, dijo Pedro: "Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen". Pero Jesús dijo: "Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí".
Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz". (Lucas 8,43-48)
Presentar la enfermedad en la oración con mucha fe.
La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro.
Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada.
En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran.
Con facilidad buscamos en el mundo diversos "doctores" que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando.
En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad.
Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro:
"Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir".
Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure.
Acercarse a Dios con humildad en la oración.
Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.
Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente.
La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús:
"No te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti".
Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien.
La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él.
La fe y la oración mueve el Corazón de Dios.
La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos.
Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor.
Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: "¿Quién me ha tocado?" Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta.
Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto.
Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.
La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios.
¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.
Queremos tocar el corazón de Dios en la oración. Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.
Oración para tocar el corazón de Dios.
Señor mío y Dios mío, tu no puedes resistirte a un corazón que es tocado por tu gracia y que eleva una súplica de amor desde su interior a través de un acto sencillo y humilde.
Ven a mi vida y vierte el néctar de tu amor en mi corazón y purifica mi alma para siempre poder conectarme contigo de una manera más profunda e íntima.
Oh mi Dios, quiero poder aprender a tocar tu corazón de esta manera cada vez que pueda, regalarte mi espacio y mi tiempo para dejar fluir lo mejor de mí.
Bendito seas mi Dios. Gracias por todo lo que has hecho en mi vida y en mi familia. Te quiero hacer el centro de mi todo, pues hay poder en tu nombre.
Ven Señor en este momento y haz que mi corazón sea tu hogar para siempre. Amén.
Esperamos que con esta oración puedas aprender a tocar el corazón de Dios a través de gestos humildes y sencillos.