San Juan Pablo II nos dice sobre el Infierno que el pensamiento sobre el infierno no debe crear psicosis o angustia, pero representa una exhortación necesaria
San Juan Pablo II: El infierno es el rechazo definitivo de Dios.
Nuestro querido San Juan Pablo II, nos ha dejado una rica enseñanza sobre muchos temas en la iglesia. Basta con revisar muchos de sus homilías, audiencias y exhortaciones para darse cuenta de ellos. Una de sus grandes enseñanzas que quiero traer al presente en este momento, es su enseñanza sobre el infierno, y que este trata sobre el rechazo definitivo de Dios en nuestras vidas.
Infierno: rechazo definitivo de Dios.
En su Catequesis del 28 de junio de 1999, San Juan Pablo II, que nos dice que el infierno es el rechazo definitivo de Dios, nos presenta 5 realidades sobre esto que debemos conocer.
1. Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso.
Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él.
Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida.
La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en un infierno.
Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
2. La realidad del infierno.
Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente.
En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cfr. Ezequiel 28, 8. 31, 14; Job 10,21 ss; 38, 17; Salmo 30,10;88,7.13), una fosa de la que no se puede salir (cfr. Job 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cfr. Isaías 38, 18; Salmos 6, 6)
El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos. Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, "cada uno será juzgado de acuerdo con sus obras" (Ap 20, 13).
Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde "será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la Gehena de "fuego que no se apaga" (Marcos 9,43)
Todo ello es expresado, con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor (cfr. Lc 16,19-31)
También el Apocalipsis representa plásticamente en un lago de fuego a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una segunda muerte (Ap 20,13 ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a "una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Ts 1,9)
3. El hombre se aleja de Dios y se condena.
Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios.
El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: "Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno" (CIC n° 1033)
Por eso, la condenación, no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor.
La condenación consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.
4. Vivir según el modelo de Jesús.
La fe cristiana enseña que, en el riesgo del SÍ y del NO que caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya NO. Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama demonios (Crf. Concilio IV de Letrán: DS 800-801).
Para nosotros, los seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo Sí a Dios.
La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella.
El pensamiento del infierno, y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas, no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar: "Abba, Padre". (Romanos 8,15; Gálatas 4,6) Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan por ejemplo, las palabras del Canon Romano: "Acepta, Señor, en tu bondad esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos"