La necesidad más profunda del hombre como Dios lo quiso, es amar y ser amado, pero nuestra naturaleza caída nos lleva a distorsionarla
Querido Padre John,
Estoy tratando de rezar las Letanías de Humildad [escritas por el Siervo de Dios Cardenal Merry del Val] con especial reverencia y atención durante esta Cuaresma
Al hacerlo, la siguiente pregunta me sigue viniendo a la mente: En la Letanía de la Humildad, la segunda petición es: "Del deseo de ser amado, Señor Jesús, ¡líbrame!" ¿Cómo puedo entender esta petición? Pensé que querer amar y ser amado es parte de nuestra naturaleza humana. ¿Qué no estoy entendiendo?
Respuesta:
Se ha argumentado (con bastante éxito, en mi opinión) que la mayor virtud de Cristo durante su estadía en la tierra fue la humildad. Que te hayas sentido llamado a rezar la Letanía de la Humildad como una devoción esta Cuaresma, entonces, parece una señal segura de que estás escuchando al Espíritu Santo. ¡Es edificante y alentador escucharlo!
Tu dilema es bueno. Es cierto, las necesidades más profundas de nuestra naturaleza humana, tal como las diseñó Dios, son amar y ser amados. Esto se debe a que fuimos creados a imagen de Dios, y Dios es amor, el amor infinito de la relación entre las tres divinas Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En la medida en que reflejamos esa divina relación Trinitaria del amor dentro de las limitaciones de nuestra naturaleza humana, vivimos nuestra vocación como hijos de Dios y descubrimos y disfrutamos la satisfacción que anhelamos en lo más profundo de nuestras almas.
Buscando el amor en un mundo caído
Pero recuerda, nuestra condición actual incluye tanto una naturaleza humana caída como un mundo caído. Como resultado, estas necesidades profundas de nuestro corazón humano tienen una tendencia a expresarse de manera distorsionada.
Piensa en una familia secular en la que los padres indirectamente intentan revivir su propia juventud a través de sus hijos. Presionan a sus hijos para sobresalir en los deportes, las artes, lo académico y todo lo demás.
A medida que los niños crecen, o bien se rebelan contra este modo egocéntrico de crianza de una manera destructiva, o caen en la trampa del exceso de logros, pensando que los logros son una condición del amor.
En este último caso, inconscientemente forman un hábito del corazón en el que su necesidad de ser amado está casi indisolublemente entrelazada con la necesidad de tener éxito. Si no obtienen la calificación más alta, si no ingresan en una de las mejores universidades, si no ganan tal o cual premio, entonces decepcionarán a sus padres y, por lo tanto, no serán amados. Como resultado, viven en tensión constante, con miedo mortal al fracaso, porque el fracaso los descalificará de ser amados. Este es un estado espiritual no saludable.
O piensa en una niña que crece en un hogar roto. La mamá la cria sola, porque el papá abandonó a la familia desde el principio.
Esta niña llega a la adolescencia con un vacío en su corazón, porque no ha crecido con el amor de un padre fiel. Ella comienza a salir con chicos temprano, e inconscientemente trata de llenar ese vacío ganando el amor de un chico, un chico que, naturalmente, es inmaduro y está lleno de lujuria adolescente.
¿Qué le sucede a esa chica? Su frustrada sed de ser amada la lleva a entregarse a alguien que no es digno, y sólo magnifica su inestabilidad emocional, tal vez incluso llevándola a embarazos no deseados, abortos y toda una caja de Pandora de complicaciones dolorosas.
¿Cómo entender que debemos liberarnos del deseo de ser amados?
Podríamos dar múltiples ejemplos, pero el concepto central es muy simple: es posible, desafortunadamente, apuntar nuestro deseo natural de ser amados en la dirección equivocada. Somos creados para anhelar el amor incondicional que debe buscarse en un sólo lugar: Dios. San Agustín lo expresó bellamente en una frase citada al comienzo del Catecismo:
Tú [O Señor] nos has hecho para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti. [Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 30]
Si buscamos llenar nuestra necesidad de amor a partir de cualquier otra fuente, terminaremos frustrados y confundidos en el mejor de los casos, y heridos y perdidos en el peor.
Debemos servir, hacer el bien y alentar a los demás, no para ganar su amor y su adoración, sino porque son nuestros hermanos y hermanas en Cristo y, por lo tanto, merecen nuestro amor.
Debemos esforzarnos por desarrollar nuestros talentos y utilizarlos para tener un impacto positivo en el mundo, no para ganar amor, estima y elogio de los demás, sino porque somos hijos de Dios y esto es para lo que Él nos ha creado.
La libertad alarmante, efervescente, energizante y contagiosa de los santos fluye de haber aprendido esta lección. Ya no miden sus acciones o decisiones por lo que otras personas pensarán de ellos. Y entonces no viven con miedo, inestabilidad y vacilación.
Más bien, han descubierto que el amor de Dios por ellos es tan firme como las montañas (como nos dicen los Salmos). No necesitan ganarlo; simplemente lo aceptan humildemente. Y una vez que lo hacen, los impulsa a hacerle eco y a reflejarlo espontánea y alegremente, independientemente de las consecuencias.
Cuando rezas esa línea de la Letanía de la Humildad, como el contexto del resto de la Letanía ayuda a aclarar, estás orando por esa misma gracia:
"Del deseo de ser amado por otros, de la sed de ganar la aprobación de otros, de la esclavitud de depender de la alabanza y el reconocimiento de los demás, Señor Jesús, ¡líbrame! En cambio, Señor, concédeme la gracia para llenar mi infinita necesidad de amor en la única fuente infinita que existe: Tu Sagrado Corazón".
Tuyo en Cristo, Padre John Bartunek, LC, STL