La necesidad de cambiar de vida, de practicar y lograr la conversión del corazón verdadera, se repite constantemente en la Palabra de Dios
5 maneras de practicar la conversión del corazón.
"Convertíos, que el reino de Dios está cerca" son las primeras palabras que oímos de labios de nuestro Salvador cuando inicia su ministerio público. Conversión en griego es Metanoia, que significa cambio de corazón. El centro de las enseñanzas del precursor de Jesús, San Juan Bautista, era el mismo, "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca." Por otra parte, San Pedro y los apóstoles también predicaron el llamado a practicar la conversión. Por lo tanto, si el mayor de todos los profetas, el primer Papa, y Jesús mismo predicó la urgencia de la conversión entonces sí debe ser importante para nosotros buscar y lograr la conversión del corazón.
La Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, reitera este mensaje de varias formas. Al inicio del Santo Sacrificio de la Santa Misa, después de saludar a la gente, el sacerdote se invita a sí mismo y a toda la congregación a una breve pausa para un examen de conciencia. Este es nuestro reconocimiento comunitario y personal del pecado, con una humilde invocación para que Dios tenga misericordia de nosotros y nos ayude a vivir una verdadera conversión en nuestra vida.
5 formas de lograr la conversión del corazón.
Las siguientes son formas en las que podemos ahondar en nuestras almas y esforzarnos por lograr la conversión de vida sincera y profunda, una verdadera transformación del corazón. Sin embargo, siempre debemos recordar que la verdadera transformación de la vida es un trabajo más de Dios en nuestra alma que obra nuestra, pero estando siempre dispuestos a colaborar con la gracia del Señor.
1. Conversión de la memoria.
Nuestra memoria está necesitada de constante purificación. San Pablo nos exhorta a pensar como Jesús, para que así tengamos la mente de Cristo. Debemos presentar ante el Señor para que nos sane profundamente y nos dé la conversión de nuestras heridas del pasado, adicciones que nos esclavizan, abusos vividos sean físicos, emocionales, sociales o morales.
Una sugerencia corta pero poderosa: Usa la palabra de Dios, pues es poderosa como una espada de doble filo que separa el hueso de la médula.
La lectura diaria de la Palabra de Dios con una meditación orante (Lectio Divina) puede dar lugar a la conversión de la mente. Un paso más: intenta memorizar versículos de las Sagradas Escrituras. Míralo de esta forma: lo mismo que hace el cloro en una piscina (Saneamiento y Depuración) puede hacerlo la Palabra de Dios en la mente humana. Señor, que tu Palabra sea una luz en mi sendero y una antorcha para mis pasos.
2. Conversión de los ojos.
Nuestros ojos necesitan control y vigilancia constante. Por desgracia, la adicción más potente en los Estados Unidos es la pornografía. Los niños están expuestos a este voraz y despiadado lobo desde la más tierna infancia.
Los estudios muestran que la adicción a la pornografía puede ser más poderosa que la adicción a las drogas. Un miembro de una pandilla en recuperación, drogadicto y alcohólico, se alegraba de que era capaz de vencer todos los vicios anteriores. Sin embargo, no podía desprenderse de la adicción a la pornografía.
Tres sugerencias para alcanzar esta metanoia (conversión).
- Al despertarse, consagrar todo nuestro ser, especialmente los ojos, al Inmaculado Corazón de María.
- En segundo lugar, cuando seamos tentados, invocar la Preciosa Sangre de Jesús como un escudo contra los dardos de fuego del maligno.
- Por último, visitar el Santísimo Sacramento expuesto y contemplar el corazón Eucarístico de Jesús. En las palabras del salmista "Mira al Señor y estarás radiante de alegría."
3. Conversión de la lengua.
Nuestra lengua tiene que ser controlada constantemente. El apóstol Santiago nos recuerda dolorosamente que debemos ser lentos para hablar y prontos para oír. Jesús nos recuerda que cada palabra que emite nuestra boca estará sujeta a juicio. También el Señor nos dice que de la abundancia del corazón habla la boca.
Tres sugerencias concretas para lograr la conversión de la lengua, nuestra boca y la transformación de nuestro discurso:
- En primer lugar, debemos adquirir el hábito de hablar más a Dios y menos a la gente.
- En segundo lugar, debemos aprender a contener nuestros impulsos y pensar antes de hablar.
- Por último, aplicar la regla de oro de Jesús. Haz a los demás lo que quieras que ellos te hagan; di a los demás lo que te gustaría que te digan.
Siguiendo estos consejos estamos en el camino a la conversión de nuestra lengua.
4. Conversión de las intenciones.
Seamos honestos con nosotros mismos, debemos admitir humildemente que nuestras intenciones a menudo son variadas (no siempre buenas). Incluso en la mejor de las acciones se oculta algún egoísmo, amor propio y vanidad. Un sincero examen de conciencia destacará esta verdad.
En el Diario de Santa Faustina, una y otra vez Jesús manifiesta su deseo de que ella siempre tenga pureza de intención, que sus acciones sean para agradarle a Él y para honor y gloria de Dios. La Biblia señala que el hombre ve las apariencias, pero Dios lee el corazón.
En el Sermón de la Montaña, Jesús nos advierte estrictamente no hacer nuestras acciones para ser vistos y elogiados por los hombres. ¡Recuerda! Haz tus acciones de tal manera que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Tu Padre celestial, que ve lo secreto, te recompensará.
El lema de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas) es de cuatro letras: AMDG (En latín, Ad Maiorem Dei Gloriam), lo que quiere decir "A la mayor gloria de Dios", éste también debería ser el principio motivador que impulsara todas nuestras acciones en la vida.
Una sugerencia concreta para obtener la conversión de nuestra voluntad es dar todo a Jesús a través de las manos de María. En el clásico de San Luis de Montfort, "Tratado de la Verdadera Devoción a María", San Luis presenta una escena en la que un pobre desea entregar una manzana al Rey:
"La manzana no es de las mejores, ni tampoco el pobre el más digno de admiración. Sin embargo, hay un secreto para tener acceso al corazón del Rey, y es el amor que el Rey tiene a su Reina. Si el pobre puede llegar a la Reina y darle la manzana, luego ella llevará la manzana a pulir, colocándola sobre una bandeja de oro al lado de una hermosa flor y se la presentará al Rey, y así él la aceptará. ¿Por qué? No por el pobre, sino por la persuasión poderosa e irresistible de la Reina".
De esa misma forma, si colocamos nuestras intenciones en el Inmaculado Corazón de María, entonces ella purifica, embellece y corrige nuestros motivos distorsionados.
5. Conversión del Corazón.
Por último, pero no menos importante. Todos debemos pasar por una conversión diaria del centro mismo de nuestro ser, nuestro corazón. Jesús nos dice que de la abundancia del corazón habla la boca.
El corazón humano puede contener en sí la más noble de las intenciones, pero también puede abrazar el más despreciable de los deseos. Necesitamos una diaria y constante conversión del corazón.
¿Cuál es el medio más eficaz de someterse a una conversión verdadera del corazón? Simple y claro: recibir la Sagrada Comunión, diaria, ferviente y apasionadamente.
En la Sagrada Comunión recibimos la totalidad de Jesús: Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Por lo tanto, si recibimos Su Cuerpo, que significa que también recibimos su Sagrado Corazón. Y en el Sagrado Corazón de Jesús se encuentran todas las virtudes más sublimes y el grado más alto de santidad y perfección.
La fe, la esperanza, la caridad, la paciencia, la pureza, la humildad, la obediencia, la mortificación, la fortaleza, son algunas de las virtudes presentes en el Sagrado Corazón de Jesús. Estas virtudes están presentes en cada hostia consagrada que podemos recibir diariamente en la Sagrada Comunión.
En un sentido real, podemos sufrir un trasplante de corazón espiritual cada vez que recibimos la Santa Comunión, con fe, devoción y amor. Sin la menor duda, la Santa Comunión recibida con las debidas disposiciones es, por mucho, el canal más eficaz para llegar a una verdadera conversión del corazón.
El corazón amoroso de Nuestro Señor, quema y consume todo lo que es feo y vil en nuestros corazones para que podamos verdaderamente decir con el apóstol San Pablo: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí". Lograr la verdadera conversión del corazón es nuestra meta. Pidamos a nuestra Madre que podamos alcanzar esta gracia.