San Damián de Molokai se dedicó con amor a ayudar y asistir a los leprosos y enfermo, él esperaba morir también golpeado por esta terrible enfermedad
San Damián de Molokai, Sacerdote: Leproso Voluntario por Amor.
San Damián de Molokai (Padre Damián - San Damián De Veuster), también llamado el padre de los leprosos o el leproso voluntario por amor, fue un sacerdote misionero que se entregó, por amor, a consolar y a asistir a los enfermos de la lepra en la isla de Molokai. Como Sacerdote y misionero belga en Molokai, el padre Damián ejerció su vocación con mucho amor, construyendo Iglesias, un hospital, enfermerías, orfanatos, hasta que cayó enfermo de la Lepra, la misma enfermedad por la que asistía a los demás. Continuó con su trabajo a pesar de la infección, pero finalmente sucumbió a la enfermedad el 15 de abril de 1889. El Padre San Damián ha sido descrito como un "mártir de la caridad", el mismo título que comparte con San Maximiliano Kolbe, un humilde fraile franciscano polaco.
Fiesta: 15 de abril.
Martirologio romano: En isla de Molokai, Oceanía, el Padre Damián de Veuster, sacerdote de la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, quien con tanto amor y dedicación ayudó y asistió a los leprosos, esperaba morir también golpeado por esta terrible enfermedad.
Biografía de San Damián de Molokai.
San Damián de Molokai provino de la familia De Veuster, quienes tuvieron ocho hijos, dos de ellas se hacen monjas y dos sacerdotes de los "Sagrados Corazones de Jesús y María", también llamados "Sociedad de Picpus". José, el penúltimo de los ocho, se dedicó a ayudar a su padre, pero a los 19 años siente el llamado e ingresa en la Picpus tomando el nombre de Hermano Damián.
Uno de sus hermanos se dispone a ir de misión, pero se enferma, así que en su lugar se ofrece el hermano Damián, aunque todavía no es un sacerdote. El Destino de su misión fueron las islas Sandwich, que más tarde se llamarán Hawái.
Misión de San Damián de Molokai.
En 1864 enviaron a San Damián a aquellas islas. Allí completó sus estudios y se hizo sacerdote el 24 de mayo. Su ordenación se realizó en Honolulú, la capital. Allí se queda ejerciendo su vocación.
San Damián de Molokai educa a la gente en la fe y enseña a criar ovejas y cerdos a la gente, también les enseña todo sobre el arado y el cultivo de la tierra. Trabajó arduamente con sus manos para construir la iglesia y se ganó la estima de la gente de este pueblo. Pero eso es solo el inicio.
En 1873, se desata una terrible epidemia de lepra en una de las Islas, Molokai. El pánico se apoderó de todo el poblado, ya que se trata de una enfermedad terrible en la que se pudre lentamente el cuerpo del enfermo. No se conocía cura.
Los sacerdotes buscan voluntarios para que ayuden a los leprosos de Molokai, donde el gobierno se limita a atender a todos los enfermos de lepra. Muchos se ofrecen, y entre ellos, se ofrece San Damián de Molokai, pero tiene que quedarse allí porque el gobierno teme el contagio y le prohíbe salir de la isla con sus 780.800 pacientes con una alta mortalidad: 183 muertes en los primeros ocho meses.
Un infierno en la tierra.
En Honolulú, San Damián de Molokai se embarcó con 50 leprosos que eran enviados a Molokai. Sus nuevos feligreses lo esperaban en la playa en condiciones de extrema necesidad y desesperación.
En las pésimas condiciones que encontró en la colonia, solo tenía refugio en una cruda capilla de madera, donde su primer acto fue arrodillarse a rezar. Se pasó esa noche limpiándola.
Con tristeza, San Damián de Molokai escuchaba la risa de los borrachos, el llanto de los moribundos, los aullidos de los perros salvajes que devoraban a los muertos. Allí no había ley ni protección para nadie. Los niños y las mujeres vivían con temor por la frecuente violencia. La gente vivía sin esperanza y sin paz. Se consideraba aquel lugar como un infierno en la tierra.
Regresa la esperanza.
San Damián de Molokai transformó aquel infierno, con el poder del amor divino, en una comunidad de amor y paz. Por años sirvió solo como santo sacerdote, ocupándose tanto las necesidades espirituales como las corporales.
Bajo la supervisión de San Damián se construyó la iglesia a la que nombró Santa Filomena, un hospital, enfermería, escuela, viviendas, orfanatos, etc. Su entrega llena de fe tornó aquel lugar abandonado de todos en una ejemplar comunidad donde se atendía a todos con esmero.
Muerte del Padre Damián.
En 1885, y a la edad de 49 años, llegó el deseo que tanto anhelaba, San Damián de Molokai descubre que está infectado con la lepra. A pesar del avance de la enfermedad, rehusó ser trasladado para recibir tratamiento. Solo se queda esperando la llegada de un Sacerdote para confesarse, hasta que llegó el padre belga Conrardy, pocos meses antes de su muerte. Dentro de una de las cosas que decía era: "Hasta este momento me siento feliz y contento, y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo: Me quedo para toda la vida con mis leprosos".
A pesar de grandes sufrimientos y con su cuerpo deformado, San Damián de Molokai continuó su ministerio hasta el fin de su vida. Murió después de un mes en la cama
En 1936, su cuerpo va a ser deportado a Bélgica en Lovaina. El Papa San Juan Pablo II lo beatificó en Bruselas en 1995, continuando con el proceso iniciado por el Papa Pablo VI en 1967, y luego el Papa emérito Benedicto XVI lo canonizó en la Plaza de San Pedro el 11 de octubre de 2009.
Una estatua de bronce del Padre Damián en el Capitolio de EE. UU. representa el estado de Hawái. Una réplica está en la Legislatura estatal de Hawái. El primero de diciembre del 2005, San Damián de Molokai fue escogido por una encuesta nacional belga como el belga más grande de todos los tiempos. Se le conoce ahora como el Sacerdote Leproso, voluntario por amor.
Oración a San Damián de Molokai.
Oh Señor, que por la intercesión del Padre San Damián de Molokai, te pedimos que nos concedas su valentía y su amor al servicio. Que no nos dejemos nunca vencer por el miedo, sino que, por la convicción de que Cristo venció la muerte, acudamos con fortaleza a vivir la misión que se nos ha encomendado. Y que, viviéndola desde la entrega profunda del corazón, lleguemos a amar y atesorar la Cruz, como medio de unidad con Dios. Que, por medio de su testimonio, logremos ser valientes en el sufrimiento y en la enfermedad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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